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domingo, 18 de febrero de 2018

Old joy

Serenidad, ruido. Desplazamientos, cambios de dirección. Conciliación, intemperie. En la secuencia inicial de 'Old joy' (2005), de Kelly Reichardt, Mark (Daniel London) realiza en su jardín unos ejercicios de relajación. El ruido irrumpe con un plano de su esposa, Tania. Hay cambios en su vida, está embarazada. Incertidumbres del futuro, presiones del presente. El pretérito le llama. Su amigo Kurt (Will Oldham) le propone una efímera fuga, disfrutar de un par de días en un paraje apartado del mundanal ruido, en el corazón del bosque (un lugar donde 'realmente puedes pensar'). La mirada se desplaza, como los personajes, enfrentándose a lo que se ha modificado en su vida, lo que fue y se quebró, por los cambios de curso, por las diferentes sendas que se tomaron en la vida. Kurt se siente apartado. Hubo un cambio, Mark conoció a Tanya. Ahora Mark se enfrenta a otro más en su vida que le apartará aún más. Kurt se siente como si se fuera distanciando, como si fuera desvaneciéndose en el pasado.
Pero no hay particulares conflictos que se expliciten o marquen el trayecto dramático. Sólo insinuaciones, en miradas o en palabras que pronto se repliegan sin que agiten demasiado la superficie. El relato se desplaza, pero ¿hacia dónde cuando no hay trama aparente sino sólo unos personajes que se desplazan, se pierden y vuelven a orientarse, hasta encontrar no el corazón de las tinieblas sino de la luz, un oasis en mitad del bosque? El relato se distiende, se descentra, para centrarse, como ambos, en cierta medida, encuentran un provisional remanso en sus vidas, aunque quizá no dejen de sentir, sobre todo Kurt, que ya van a la deriva, que la vida les ha superado con su oleaje, y van a rebufo, como Mark, o quedándose al margen, como Kurt.
El relato se hace música, remanso, como si la mirada respirara profundamente y dejara que la mirada se acompasara al paisaje. Cuando la primera noche se pierden, Kurt dejará asomar esa sensación de orfandad, de una amistad que ya no se vive como en el pasado, aunque su rescoldo se mantenga, pero es más recuerdo que presencia, como este viaje es más un homenaje que no puede ocultar su fugacidad, una finitud. Soñaron juntos en el pasado, pero ahora, sobre todo, comparten unas huellas, aunque sean firmes. El tiempo se ha escurrido, y se palpa entre ambos, en las miradas que dirige Kurt a Mark cada vez que este habla con su esposa.
Su intemperie además parece reflejar la de un país al que cuesta encontrar la armonía en el caos. Al comienzo del viaje y al final, les acompañan, a través de la radio del coche, las voces de unos analistas políticos que reflexionan sobre la situación del país, sobre cómo el gobierno habla de recuperación y no de prosperidad. Un país que brega con unos costes que determinan las presiones de un presente y las incertidumbres de un futuro. Mark tendrá su hijo, que transformará radicalmente su vida, Kurt seguirá errando como figura en un espacio en tránsito, intermedio, entre el pasado que siente ya desenfocarse y un futuro emborronado (en esa periferia donde habitan los desposeídos,en donde te cruzas con quien te pide unos centavos, y sabes que puede ser el reflejo de tu futuro).
Junto a ambos viaja Wendy, la perra de Mark (realmente, perra de la directora), Lucy, la perra que acompañará a Wendy en la posterior obra de Reichardt, la magnífica 'Wendy y Lucy' (2008). Aquí es la compañera que disfruta del momento, que no sabe de pasados ni de futuros, vive el presente, corre feliz en los senderos con una rama en la boca, salta, juega. En la precariedad hecha cuerpo que representará Wendy, en transito no se sabe hacia dónde, Lucy se extraviará. Como así parece el presente, en tránsito, o en fuga. Donde ya parece difícil diferenciar naturaleza y ciudad: en la ciudad ya hay árboles, y en la naturaleza es fácil encontrar basura diseminada. Quedan los alivios, los disfrutes, los alivios de siempre (old joys), una buena conversación, jugar con la perra, un baño termal en la calma del bosque mecido por el canto de los pájaros, un buen masaje... Aunque esos alivios de siempre ya son provisionales, recuerdo, ya una ceremonia de conciliación con un pasado para el que ya no hay flechas que indiquen el camino. Una carretera que termina en mitad de la nada, y desde la que se tomaron direcciones distintas. Yo la tengo componen la excelente banda sonora

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