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jueves, 22 de febrero de 2018

El fuego y la palabra

Richard Brooks quería llevar a cabo ya desde 1945 la adaptación de 'Elmer Gantry', la novela escrita por Sinclair Lewis en 1927. De hecho, se lo había ya comentado al escritor, premio nobel de literatura en 1930, quien le apoyó cuando publicó su primera novela, 'The brick foxhole' (1945), que sería adaptada al cine en 1947, 'Encrucijada de odios', de Edward Dmytryk, con el cambio de la condición de la víctima: en la novela era asesinado por ser homosexual, en la película por ser judío (por aún ser tabú la homosexualidad). El apoyo de Lewis fue doble. Elogió la novela en su crítica en el 'Esquire'. Y fue uno de los intelectuales que firmó para interceder a favor de Brooks cuando fue amenazado por las instancias militares con ser llevado ante un tribunal castrense por el hecho de haber publicado la obra sin su aprobación de los superiores, como exigía el reglamento. Cuando Brooks compartió su interés en adaptar su novela, Lewis le indicó que podía modificarla todo lo que quisiera, e incluso que leyera los cuestionamientos que recibió cuando fue publicada, aunque fuera un gran éxito de ventas, para así mejorar su versión cinematográfica. Pero pocas productoras parecían dispuestas a financiar tal proyecto por su controversia y la acidez sacrílega de su discurso. Fue decisiva la intervención de Lancaster para conseguir que 'despegara', creando una productora conjunta, con la que encontraron el apoyo de United Artists. Brooks ya le había comentado durante el rodaje de 'Fuerza bruta' (1947), de Jules Dassin, de la que Brooks era guionista, su propósito de llevar a la pantalla esta obra. Lancaster se involucró plenamente. Participó de modo activo en la reelaboración del guión, durante siete meses. Influyó en la reducción de su extensión, sugiriendo que se suprimieran los pasajes relacionados con su juventud (la adaptación acabó centrándose en 76 de las 432 páginas totales de la novela). Así como en la redefinición de su personaje, no un sólo un arribista y farsante, sino dotándole de más contradicciones y matices. Aparte, para superar los códigos de censura, Brooks eliminó la condición de ministro de la iglesia de Gantry
'El fuego y la palabra' (Elmer Gantry, 1960), de Richard Brooks, es una corrosiva, y exultante, obra que pone en cuestión la condición escénica de las religiones, a través de la hipérbole de las escenificaciones religiosas, entre la convicción y la farsa, de las iglesias ambulantes, en carpas, ejemplificadas en el fundamentalismo evangelista a finales de los años 20. El trayecto dramático se construye o trama sobre el contraste entre tres personajes, o actitudes: la convicción de aquella que cree, y es centro, y modelo referencial, de esa representación religiosa, la hermana Sharon (Jean Simmons). La convicción de aquel que no cree, el ateo, el escéptico, crítico periodista de mentalidad progresista, Lefferts (Arthur Kennedy). Y la convicción del embaucador, del actor que domina esa escenificación, como farsa, aunque no deje de creer pese a que no siga muy 'religiosamente' lo que predica, Elmer Gantry (Burt Lancaster). Este, centro neurálgico de la obra, es un personaje tan contradictorio como paradójico, un pícaro cautivador y un farsante con ciertos anhelos de notoriedad.
Ya en el prólogo nos es presentado admirablemente con el relieve de los matices. Primero, fascinando, como puro 'entertainer', y engatusando, con su elocuente y desenvuelto dominio del verbo, a los asistentes en un bar. Segundo, tras una noche de intensa borrachera, y despertar junto a una mujer que en esa secuencia había 'embelasado', conversa con su madre por teléfono, lamentando el que no pueda de nuevo visitarla. Sus gestos ya no son los mismos. La gestualidad exuberante y exagerada cuando 'actúa' ante los demás deja traslucir otras emociones, más auténticas (que le dotan de vulnerabilidad), que a lo largo de la película siempre estarán sugeridas, frente a la explicitud desbordante de sus representaciones farsescas, a través de las expresiones y acciones de Gantry, en soledad, o cuando deja entrever tras la máscara emociones más frágiles (como el hastío y la vacuidad de su vida como comercial, en su primera conversación con la hermana Sharon).La hermana Sharon representa lo que él quisiera representar, significar, y cómo quisiera sentirse. Se advierte una fuerte atracción que es a la vez admiración (probablemente ve en ella lo que le falta a él, figura errante en una vida sin grandeza en la que se dedica a vender sueños, como comercial de ciudad en ciudad, pero que sólo es engaño). A la vez, representa una oportunidad de poder alcanzar, al conseguir ser parte integrante, y protagonista como predicador, de ese circo ambulante religioso, esa notoriedad o sentimiento de grandeza que anhela.
El periodista, Lefferts, es una combinación de varios personajes de la novela, no sólo el que lleva su nombre (compañero de seminario de Gantry y luego abogado, se fusiona con otros dos personajes, un reportero crítico y un personaje agnóstico). Representa la voz dentro del relato del liberal Brooks, un periodista de una estirpe casi mítica (por excepcional) como la que representaba el personaje de Bogart en una obra precedente, 'El cuarto poder' (1952): el periodista que busca ante todo la verdad y no el titular más espectacular que propicie las ventas (de ahí que rechace escribir cierta noticia, porque no cree que posea la suficiente credibilidad, aunque implicaría un espectacular títular de primera página). Por añadidura, se crea una singular, y hermosa, relación de amistad con Gantry, aunque ambos tengan actitudes tan disimiles, incluso tras que Lefferts, que ha seguido los viajes de ese circo religioso, escriba un demoledor artículo sobre su condición farsesca, cuestionando sus inconsistencias.
De todos modos, Sharon nos es presentada como alguien que cree en lo que hace, alguien con una capacidad de entrega verdadera, que no pretende engañar a nadie, lo que amplifica los matices y complejidad de la película ( cualidad que inspira incluso la atracción y sentimiento de Gantry, como si pudiera ser como ella amándola). En cambio, Brooks lanza ácidas invectivas contra la doblez o hipocresía, como el personaje de Babbit (Edward Andrews), que centraría una de las grandes novelas de Lewis, 'Babbit' (1922). Babbit ve en el éxito de la hermana Sharon una forma de ascender en los poderes fácticos de la ciudad (cuando además, sus acciones, clandestinas, poco tienen que ver con lo que predica). También Brooks pone en cuestión la zafia incultura de los que se dejan embaucar o sugestionar, lo que implica una vitriólica consideración de la ignorancia que define a los habitantes tanto de los pueblos como de las ciudades. O cómo son fácilmente sugestionables, y a la vez qué volubles (cómo pasan de un extremo a otro, de la adoración al rechazo). A este respecto, se arremete contra esos estigmas y anatemas que genera la cuestión de el 'buen nombre', o 'valor de imagen', y que Gantry sufrirá en sus carnes cuando su imagen se vea deteriorada por un frustrado intento de chantaje que se convertirá en despechado escarnio público a través de la prensa. El mismo final ejemplifica la falta de maniqueismo de la obra, y más bien cómo alienta los interrogantes y los matices: se combinan un posible milagro con un fortuito accidente que determina una tragedia. Y como poso la puerilidad, o inmadurez, inherente en las mentes de los acólitos (como si el niño no creciera, o no madurara, como apunta con ironía Gantry). Las frases finales que se intercambian Lefferts y Gantry, en las que se conjugan el sarcasmo con la complicidad, son memorables (las cuáles se intentaron censurar; de hecho, hay copias sin estas frases): Lefferts le dice a Gantry, 'Te veré por ahí, hermano', a lo que el segundo replica, 'Te veré en el infierno, hermano'. El tema principal de la excelente banda sonora de André Previn

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