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jueves, 7 de diciembre de 2017

Godless

En el principio, el caos. Por eso, la serie se titula 'Godless' (Sin dios), escrita y dirigida por Scott Frank. Hay quien, como Frank Griffin (Jeff Daniels), no teme ninguna circunstancia porque dice haber tenido una visión sobre cómo morirá, como si fuera él mismo un díos de su propia realidad, omnipotente e invulnerable para imponer su voluntad. La mini serie de siete capítulos arranca con inusual potencia, y condensa en pocas secuencias con maestría el substrato mítico, o alegórico, de cariz siniestro, como en los westerns de Eastwood. En el principio, el caos, un pueblo arrasado, rebosante, como supuraciones, de cadáveres. John Cooke (Sam Waterston), el marshall que lo descubre, acompañado de una patrulla que comanda, se arrodilla ante el cadáver de un niño que pende ahorcado. No hay dios ante el que arrodillarse, sino caos ante el que postrarse por desolación. A una granja llega una sombra, una sombra a la que dispara la granjera, Alice (Michelle Dockery). Su bala roza su garganta, pero ya era un sombra herida, de nombre Roy Goode (Jack O'Connell). Hay quien dirá de él que perdió su sombra. Quien lo dice, un indio shoshone acompañado de su perro, no se sabe si es real o una visión o fantasma. De esa sombra se dice mucho, y nada bueno, y si terrible. Aunque tampoco dispone de buena imagen Alice, a quienes los habitantes de La Belle consideran que les proporciona mala suerte. Parece que uno y otra están ensombrecidos por las tinieblas que proyectan las versiones de lo que son o cómo influyen en la vida de los demás.
Quizá por eso, en la narración, hay quien comienza a perder visión, como el sheriff McNue (Scoot McNeary), y, por ello, como si fuera su última misión, decide ir en busca de quien siembra de caos con su crueldad (quien emborrona y desenfoca la realidad), Griffin, quien nos es presentado solicitando a un médico que le ampute su brazo destrozado por un disparo. Griffin comanda un grupo de treinta jinetes, con los que arrasó ese pueblo. Treinta hombres, lo que contrasta con el pueblo de La Belle, ante todo habitado por mujeres, muchas de ellas viudas, por la muerte de los mineros enterrados por una explosión en la mina. El trayecto narrativo es el curso de ese encuentro anunciado, como dos partes desgajadas que se encontraran, como quienes se enfrentan con el fantasma siniestro de la pérdida. Un encuentro anunciado porque ese grupo busca a Goode, por marcharse con el dinero robado, y porque Griffin le consideraba como su hijo. Su traición es doble. Griffin y sus hombres le buscan, recorriendo kilómetros, casi a la deriva, mientras sigue su rastro un hombre que ya ve borroso, a la vez que quizá vea visiones, pero necesita reafirmarse (y reenfocar lo que no tiene foco porque las sombras destruyen como una epidemia virulenta). Quien reorientará en la adecuada dirección a Griffin es quien distorsiona con sus falaces artículos de periódico.
Hay más emborronamientos de mirada: quien no ve posible una relación amorosa, porque es entre dos jóvenes de razas distintas. Quien se ofusca porque no encaja que quien dice amarle como a nadie pueda tener relación física con otra. Hay quienes sí saben ver, cuando no se fían de la imagen o relato que se transmite de alguien, sino que saben discernir en los actos o miradas. Goode no puede ser como dicen, si hay en su mirada una cierta tristeza, como observa alguien, o impide que alguien se deje llevar por el impulso de matar, como observa otro. O simplemente, por cómo se entiende con los caballos. Griffin considera a Roy como si fuera su hijo, y Roy establece su particular relación paterno filial con el hijo de Alice, Truckee. Alguien sobre la que pesan versiones distorsionadoras parece más proclive a ver más allá de los relatos o apariencias. Por eso, cuando Roy se entrega vuelve a sacarle de la cárcel para que le ayude con los caballos. Se gesta un singular reconocimiento entre una y otra, y se nutren como si se liberaran mutuamente de su condición de exiliados o espectros errantes.
En el relato se conjugan tiempos. Hay algún flashback, espléndido, relacionado con Alice, en qué circunstancia extrema conoció a McNue, y luego a su segundo marido cuando la acogieron en un poblado indio. Pero sobre todo, relacionados con Roy, separado de su hermano mayor desde pequeño, y educado por quien recorre las tierras como si impartiera orden a base de muerte. Scott Frank orquesta las diferentes subtramas con impecable maestría, y una precisa modulación, escanciando magníficas secuencias, como aquella en la que McNue deduce por los restos el enfrentamiento entre Goode y Griffin y sus hombres, la amenaza de una serpiente a un bebé, las secuencias de doma de los caballos, la 'aparición' en la oscuridad de Griffin y sus hombres tras el marshall Cook, su enfrentamiento en el poblado con los soldados búfalo(un poblado exclusivamente de afroamericanos), el encuentro y enamoramiento entre el detective y la pintora alemana exiliada, el montaje secuencial de los momentos previos al enfrentamiento final, este mismo largo tiroteo entre nubes de polvo, o la bellísima conclusión.
Hace cuatro décadas se daba al western por muerto, como si se hubieran realizado sus cantos fúnebres con una de las obras maestras de Peckinpah, 'Pat Garret y Billy el niño'. Parecía género de tiempo pretérito, pero esa presunta muerte fue revocada, aunque de modo esporádico, por obras excelsas como 'La puerta del cielo' (1981), de Michael Cimino, 'Sin Perdón' (1992), de Clint Eastwood, o 'Dead man' (1995), de Jim Jarmusch, y otras excelentes, algunas no reconocidas, e incluso denostadas,como 'Gerónimo' (1993) y 'Wild Bill' (1997), de Walter Hill, o 'Wyatt Earp' (1992), de Lawrence Kasdan. O ya en este siglo, 'The proposition' (2005), de John Hillcoat, 'El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford' (2007), de Andrew Dominik, 'Meek's cutoff' (2010), de Kelly Reichardt, 'Deuda de honor' (2014), de Tommy Lee Jones, que había realizado un estupendo western moderno con 'Los tres entierros de Melquiades Estrada' (2005), o 'El renacido' (2015), de Alejandro G Iñarritu. Y unos cuantos notables, como 'Desapariciones', de Ron Howard (2003), 'Open range' (2003), de Kevin Costner, 'Appaloosa' (2008), de Ed Harris, 'Enfrentados ' (2006), de David Von Ancken, 'Valor de ley' (2010), de los hermanos Coen, o 'Rango' (2011) y 'El llanero solitario' (2013), ambas de Gore Verbinski. También la literatura ha dado grandes obras como las novelas canadienses 'En busca de New Babilon', de Dominique Scali o 'Los hermanos Sisters', de Patrick DeWitt, que ha rodado Jacques Audiard con Joaquin Phoenix, Jake Gyllenhaal y quien consiguió los derechos de la novela, John C Reilly. Ahora la magnífica 'Godless' se une para confirmar, una vez más, que el western está bien lejos de estar muerto. Los extraordinarios títulos de crédito, con el tema principal de Carlos Rafael Rivera, quien compone una brillante banda sonora, fundamental en la modulación narrativa.

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