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domingo, 11 de junio de 2017

Testigo

La sombra que quiso dejar de ser un mecanismo. La mecánica de la sombra, título original de 'Testigo' (2016), de Thomas Kruithof, es la mecánica del empleado o esbirro que cumple con reverencial aplicación los designios de sus superiores. Es una sombra que prioriza sobre cualquier otra cuestión, incluida su salud, el cumplimiento de la tarea asignada. En la primera secuencia, indican a Duval (Francois Cluzet), sin previo aviso, que debe adelantar la cumplimentación del trabajo encomendado para el día siguiente. No hay protesta ni cuestionamiento, sino el incremento de su ansiedad. Aplica la mecánica de su función aunque implique su desquiciamiento en una carrera de contrarreloj que ocupa toda su noche. Las sombras no son nada, ejecutan lo que se les ordena. Una elipsis temporal nos lo muestra un año después, en paro, y felicitado por sus compañeros de la asociación de alcohólicos anónimos por lograr no ceder a la tentación de beber alcohol durante un año. Las sombras también tienen cuerpo y emociones, que se cortocircuitan por el abuso de sus funciones. Duval buscó en el alcohol el desvío del alivio parcheador, que no hizo sino encasquillar sus capacidades, en vez que desprenderse de su condición de sombra y reclamar sus derechos o cuestionar la falta de rigor o el abuso. Quizá para que eso ocurra deba atravesar los lodazales de las sombras del poder, esas sombras que unen el escenario a pequeña escala de cada empresa con el que a gran escala rige el conjunto, ese magma de gobierno y grupos de poder. Cada empresa no deja de ser el reflejo de una forma de gobernar. Y viceversa.
A Duval le ofrecen un empleo definido por el secretismo. Una empresa de seguridad le contrata para que mecanografíe las grabaciones de unas conversaciones telefónicas. La narración, tras esa escueta y efectiva presentación de personaje y circunstancia (o contexto), se introduce en unos territorios abstractos, un escenario en el que parecen diluirse los vínculos cotidianos, como si Duval habitara un universo aparte, que no deja de ser evidencia emblemática de esta dictadura del capitalismo corporativo. Es la misma tenebrosa abstracción que pautaban ciertos thrillers de los setenta, como 'El último testigo' (1974), de Alan J Pakula. Los espacios, sean interiores o exteriores, despojados, carentes de presencia humana, las construcción de los encuadres como si fueran cuadrículas, la narración sintética, afilada, los silencios que puntúan una atmósfera deshabitada, perfilan una extrañeza que transciende la propia peripecia individual. Una sombra recupera su voz, su capacidad de gritar lo que siente, su desacuerdo, confrontado con el escurridizo enigma de unos grupos de poder enfrentados, un pulso en el que parece ser crucial la consecución del propio poder gubernamental. No importa demasiado ese conflicto, las razones de cada contendiente, sino ese tenebroso campo de juego en el que no importa nada la vida humana sino la consecución de la victoria (de ahí que el desenlace acontezca, en la oscuridad de la noche, en un estadio).
El hilo de Ariadna con el que Duval se recuperará será una de esas grabaciones, en la que cree, aunque no está seguro del todo, que ha sido testigo auditivo de un crimen, como Saul (Gene Hackman). en 'La conversación' (1974), de Francis Coppola, no lograba dilucidar qué implicaba la conversación de una pareja a la que había realizado una escucha, pero aún así sentía que podían estar en peligro. Saul se obsesionará, pero Duval querrá automáticamente salirse de escena. Pronto tomará constancia de que está involucrado en una trama que le supera, y sobre todo, que le mantiene apresado como una pieza o peón sin permitirle salir del terreno de juego o escenario. Todo resulta difuso, como resulta complicado discernir cuáles son las facciones, qué intereses mueven a cada una, y a cuál pertenece, realmente, cada figura de ese entorno que le rodea. No importa lo que todos parecen buscar denodadamente, unos cuadernos, elemento usado hábilmente como McGuffin en una narración precisa que no se extravía en lo accesorio, sino el propio entramado tenebroso, esa difusa maraña en la que no dejan de acontecer disputas entre las sombras, mientras los peones, o las diversas figuras subordinadas en la estructura jerárquica piramidal, parece que deban estar siempre dispuestos a efectuar la tarea asignada y a ser utilizados sin plantear interrogante alguna. Duval, por primera vez, se resistirá a ser una aplicación funcional que ejecuta la requerida mecánica de la sombra. Nos toca el turno.

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