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viernes, 21 de abril de 2017

Una historia de venganza

'Una historia de venganza' (Aftermath, 2017), de Elliot Lester, no es sólo una historia de venganza. Incluso, más que historia, es una atmósfera lo que la define, una atmósfera de pesadumbre, de desolación. Secuelas de un desastre podría ser la traducción de un título original. Las secuelas que padecen dos personajes unidos por un desastre aéreo, pero que sólo coincidirán en un encuentro trágico para uno de ellos. Lo que les une es una colisión, lo mismo que les separa, y es en lo que se convierte su único encuentro, otra colisión que se convierte en un desastre. Uno es Roman (Arnold Schwarzenegger), el marido y padre de dos de las víctimas de la colisión de dos aviones que se disponían a aterrizar. El otro, Jake (Scoot McNairy), el controlador aéreo que se encontraba en funciones en ese momento. Lo relatado está inspirado en un suceso real en el que estuvieron implicados un arquitecto ruso y un controlador aéreo danés.
La narración, fundamentalmente, orquesta la inmersión en el extravío y el dolor de ambos personajes. Dos seres rotos, convertidos en espectros. Dos seres que pierden el vínculo con la vida, como si se hubiera quebrado el conector. Uno pierde literalmente a su familía, y el otro pierde provisionalmente la conexión con la propia, porque siente que ya nada controla en su vida, ni siquiera en sí mismo. Uno, que trabaja en la rama de la construcción, se convierte en una figura de expresión aturdida que se siente como si hubieran arrasado su vida. Su pretérito son imágenes de las que no puede desprenderse, como si hubiera quedado atascado en un tiempo ya interrumpido. Su único incentivo es que alguien le diga: Lo siento. Pero nadie parece responsabilizarse, sólo se preocupan de compensaciones monetarias, materiales. Como si los acontecimientos se hubieran producido por mera aleatoriedad. La narración, de hecho, no busca precisar responsabilidades, porque a veces resulta complicado establecerlas cuando se acumulan una serie de fatales casualidades, un teléfono que no funciona correctamente, un piloto que desciende sin esperar la confirmación, la presencia de un solo controlador...
Ante todo la narración busca la intemperie y la impotencia emocional. La de quien simplemente busca un gesto que le haga sentir que hay a quien le importa lo que ha padecido, y que hay quien asume su responsabilidad. Porque las cosas no pueden ocurrir meramente por una fatal concatenación azarosa. Y la de quien, pese a que su responsabilidad en el desastre sea difusa, sí se siente responsable, o siente el peso de centenares de muertes sobre él. ¿Cómo convivir con ese lastre de dolor cuando se suponía que eras tú quién se encargaba de evitar esas circunstancias? Intentas construir, intentas controlar, pero el desastre puede ocurrir en cualquier momento, y no necesariamente por una negligencia. El entorno queda en segundo plano, descrito, con precisión, en escuetos trazos: las pintadas acusatorias en la fachada de la casa, el enfoque mediático, la actitud de la empresa aérea.
La narración busca comprender, nos empapa con el pesar y la desesperación de ambos personajes. Cómo se sienten incapaces de construir, uno con los restos de una vida derruida, otro por una vida interrumpida porque siente cargar con la interrupción de otras vidas. Uno no parece superar la vida que le han extirpado, y como un espectro doliente, enajenado, busca castigar a alguien, como si así fuera posible restituir la perdida, como si realmente fuera expresión de justicia, pero ajeno a la vida de quien achaca la responsabilidad de su desgracia, ignorante de cómo se siente, ignorante de su dolor y desesperación. La venganza es el grito ciego de quien desespera por no haber podido ser el controlador de su propia vida. Una magnífica banda sonora de Mark Todd para una de las mejores película estrenadas este año, que llega a las pantallas el próximo 28 de abril.

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