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sábado, 29 de abril de 2017

A todo riesgo

Davos (Lino Ventura) vive en permanente tensión. Su vida es una huida, una persecución, un campo de tiro en el puede surgir de cualquier recoveco la figura que obstruya o trunque su impulso de fuga. Davos es un condenado a muerte en Frencia, un prófugo que traspasa fronteras como un desesperado que busca la salida pero sólo encuentra el rebote entre figuras que le cercan. En Italia, en la estación de Milán, se reúne con su esposa y sus dos pequeños hijos. En Italia, en las calles de Milán, perpetra un atraco junto a un amigo, Raymond (Stan Krol). Un arranque ya en precipitación. Desamparo y urgencia. Las primeras secuencias de la segunda, y excelente, obra de Claude Sautet, 'A todo riesgo' (Classe tous risque, 1960), adaptación de una novela de Jose Giovanni, comienza en movimiento, el cual no cesa durante toda la narración, que se asemeja a un proyectil. Se cruzan fronteras, se surca el agua y se circula en carreteras y campo a través, en motos, coches y autobuses. Los controles en cualquier recodo del camino, y balas que intentan detener el cuerpo que persevera en su fuga. En ocasiones se sortean, en otras no, y se producen pérdidas. Se cruzan fronteras, pero la persecución no deja de ser la misma.
La implacable dinamo narrativa varia de dirección, da volantazos, y modifica el enfoque en los componentes del escenario. La lealtad se confronta con la traición, o con las vacilaciones de quienes, antes amigos, se preocupan más de su propia suerte o seguridad. Los aliados que se pierden en el camino, alcanzados por las balas que detuvieron su impulso, serán reemplazados por otros imprevistos, como Eric (Jean Paul Belmondo). Se producen separaciones, encuentros. La vida y sus cruces imprevistos, como Eric y Liliane (Sandra Milo). Pierdes amigos, porque mueren o porque descubres que ya no lo son, y ganas otros. Hay quien pierde a quien ama, y hay quien encuentra, en un recodo del camino que no imaginaba transitar, a quien amará. La urgencia también se torna cansancio, porque cada vez pesa más la desesperación, por eso el impulso de venganza remite, porque ya, ante todo, se desea abandonar un escenario dominado cada vez más por turbulencias. Para qué preocuparse de todos los que, preocupándose de sí mismos, intentan delatarte o frenar tu impulso de fuga que no deja de ser búsqueda de un propio lugar donde detenerse y coger respiración sin tener ya que mirar atrás. Por eso, Davos renuncia a intentar vengarse de todos de los que, por la espalda, le han traicionado. Hay otros en cambio que le ayudan, que siguen favoreciendo su movimiento, que siguen encontrándole resquicios por los que proseguir su fuga, o que incluso se sacrifican como reclamo para que las balas perseguidoras desvíen su objetivo.
Hay una voz en off que se escucha en las secuencias iniciales, y que clausura el relato, una voz que presenta y concluye como una voz sumarial que interpone una distancia, la distancia que evidencia un desamparo, la implacabilidad que tarde o temprano detendrá ese movimiento, esa fuga, aunque sea, consecuentemente, ya fuera de plano y narración, porque la persecución, como una espada de Damocles permanente en fuera de campo, debe finalizar en ejecución. Sautet es oportunamente reivindicado en el excelente documental de Bertrand Tavernier, 'Las películas de mi vida' (2016). Esta obra quedó ensombrecida por el impacto de las primeras obras de la nouvelle vague, aunque me parece superior, y es la rampa de lanzamiento de una filmografía que no tuvo su merecido reconocimiento durante demasiado tiempo, y que también diría que supera a la de otros cineastas que fueron entronizados por el religioso fetichismo cinéfilo. Como posterior ejemplo de su maestría 'Las cosas de la vida' (1970), 'Max y los chatarreros' (1971), 'Ella yo y el otro' (1972), 'Una vida de mujer' (1978), 'Un corazón en invierno' (1992) o 'Nelly y el señor Arnaud' (1995). Georges Delerue compuso una excelente banda sonora, como una navaja que estuviera afilándose.

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