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viernes, 21 de octubre de 2016

Sarah Winchester

Fantasmas de una pesadumbre. Baila, pero no te muevas le indica el director de escena e intérprete de la música con su teclado, encarnado por Reda Kateb, y que representa al propio Bertrand Bonello, quien también compone la música de su cortometraje, la opera fantasma Sarah Winchester (2016), a la bailarina que forcejea por expresar, y condensar, en su cuerpo, la pesadumbre que fue expandiéndose como un fantasma en Sarah Winchester, la herida no cerrada del sentimiento de culpa por la muerte de su hija al de dos semanas de nacer por malnutrición, así como de todos los muertos que había causado la invención de su marido, el arma de repetición que transformó el escenario de la guerra al posibilitar que se incrementara con más rapidez el número de muertes. La imposible cicatriz: Una medium le dijo que moriría si dejaba de construir más habitaciones en la mansión Winchester, así que como su pesar no dejó de expandirse durante 38 años hasta disponer de 160 aposentos y siete pisos,en los que el número 13 era una constante. Durante ese periodo de tiempo habitó una realidad entre la vida y la muerte, cuerpo y fantasma a su vez, depositaria de la pesadumbre de un país, ya que los muertos no podrían conseguir residencia definitiva mientras no fuera una construcción cerrada, reflejo de la pérdida que no había logrado asumir en su propia vida interrumpida, espectro de mujer atascada entre un pasado desolado y un presente fúnebre. El futuro era otra habitación que derivaría en otro múltiple reflejo, eco de lo que no podría recuperarse. El diálogo con los espectros era su contraseña para creerse inmune a una pena que no logró gritar del todo. Todo parecía provisional, nada irreparable.
La inmersiva narrativa del cine de Bonello es un flujo imprevisible en sus requiebros y derivaciones que fluctúa entre cuerpos y fantasmas, realidades y escenarios, disciplinas artísticas, estilos y perspectivas. Es un cine de transfiguraciones y extrañamientos en el que la conexión se realiza a través de estados emocionales. Bonello deja que las interrogantes se escurran entre sus danzas narrativas que así parecen deslizarse ingrávidas hacia ninguna parte o muchas, como ocurría con corredores y escaleras de la mansión Winchester. En ‘Le pornographe’ (2001), el cuerpo cansado, la mirada a punto de descomponerse, del director que encarna Jean Pierre Leaud, residuo de las revoluciones frustradas del 68, era el espectral cuerpo de las ilusiones desvitalizadas. En 'Casa de tolerancia' (2011) contrasta el escenario y las mascaradas con los espacios entre líneas de los rostros desmaquillados de quienes actúan como reflejos o muñecas funcionales, prostitutas o fantasmas de una sórdida ilusión donde sus cuerpos pueden descomponerse por el contagio de la sífilis. Es una narración fronteriza en tiempo de cambio de siglo, pero ¿qué varió? se pregunta Bonello. En el siglo XIX se gestó la sociedad que hoy vivimos, esa mentalidad que hizo prevalecer la maquina sobre el cuerpo, la eficiencia y funcionalidad sobre el placer. 'No es nada pero nunca tiene la sensación de estar donde debe estar. Así que poco a poco va desapareciendo, se va convirtiendo en un fantasma', decía sobre su personaje el director que encarnaba Matthieu Amalric en la primera secuencia de De la guerre (2006). Bonello hablaba de sí mismo, de su desconexión, a través de él, como lo hace a través de Sarah Winchester. El director dice en repetidas ocasiones: No sé. Explora, ensaya, prueba, se interroga. Se dice que esa opera no existirá jamás, pero prosigue. Lo que no existe puede construirse. Lo que no se intenta construir no existirá.
El contraplano entre director y bailarina es ilusorio: uno se encuentra en la Opera Bastilla y la otra en la Opera Garnier. Entre el siglo XIX y XX vivió y erró como un espectro Sarah Winchester (1840-1922). Se conjuga la música, la danza, la opera. Se intercalan textos y dibujos que relatan la vida de Sarah Winchester. El ensayo del coro representa la voz de los muertos, los fantasmas que habitaban los aposentos de la mente de Sarah. El boceto de la mansión que parecía convertirse en un infinito que nunca finalizaría su construcción se (con)funde con los sombríos corredores tras el decorado de los que surge una niña con rostro ensangrentado y un maniquí que asciende entre los niveles de las entrañas de la Opera como habitaban varios niveles en la mente de Sarah y en este prodigioso cortometraje que abre hendiduras que evidencian que aún hay muchas habitaciones expresivas que explorar en el cine. Baila, pero no te muevas. Y la bailarina, que baila pero no se mueve, como Sarah siguió contorsionándose, forcejeando en su propia mente, como una casa que no dejaba de construir para no asumir que la pérdida era inapelable, se mira con la niña de rostro ensangrentado que irrumpe en el escenario para evidenciar que todo es una ficción aunque esté tejida con un cuerpo que se duele, grita y sangra.

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