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sábado, 30 de enero de 2016

Jacques Rivette sigue vivo en la pista de circo

Siempre pensé que Jacques Rivette era un cineasta del siglo XXI décadas antes. Entre los cineastas de la Nouvelle vague, siempre me pareció el más radical, de modo menos aparatoso, o aparente, que Godard, más escurridizo, por eso más desconcertante. Por eso, se ha mantenido entre sombras, en un discreto (la discreción de la sutileza, y de no absorber luces de focos) segundo plano, lejos del impacto de Truffaut (más facilmente digerible, las formas convencionales de quien cuestionó a predecesores, mucho más inspirados, por ese mismo motivo: la mirada de Truffaut refleja cómo no queremos asumir que somos más convencionales de como nos queremos ver) o del controvertido Godard (cuyas interrogantes sobre el lenguaje a veces fueron eficazmente dinamitadoras, como en Pierrot le fou, o eficazmente rastreadoras de la prostitución de la mirada, como en Vivir su vida, pero a veces podían convertirse en meras carreras por salas de museos, ruido pero poca nuez sustancial). Rohmer encontró su pequeña parcela en las recogidas cámaras en la que se dirimían, entre susurros, los dilemas sentimentales (aunque a veces perdía pie en sus incursiones en periodos pretéritos como en las poco afortunadas La marquesa de o La duquesa y el inglés), uno de esos cineastas, como Allen, a los que se consideraba más cineastas de verbo (muy lúcido, eso sí). Y Chabrol, tras unas primeras décadas irregulares, encadenó una serie de obras excelentes en los noventa en la que depuró su soterrada mirada mordaz sobre la abyección humana desplegándose con agudeza dentro de los límites de un género criminal.
Rivette se deslizaba en silencio, sin atraer demasiadas miradas, con alguna excepción como su sublime 'La bella mentirosa'.Aunque esta y otras obras previas fueran extraordinarias, caso de 'La banda de las cuatro', 'El amor por tierra' o 'Alto, bajo, frágil', por ejemplo, sus obras del siglo XXI alcanzaron una depuración admirable: Y le revela como uno de los más lúcidos diseccionadores, como su admirado Hitchcock, de los escenarios,fantasmas y reflejos sentimentales: La duquesa de Langeais, Vete a saber, Historia de Marie y Julien o El último verano. En mi libro 'Fantasmas y reflejos del siglo XXI' aparecen textos sobre las tres últimas, Sobre su despedida, ya que sabía que su enfermedad avanzaba (además en el organo de su distinción, la mente: somos cómo nos deterioramos, así lo que generamos), escribí este pasaje: 'Rivette hace de su cine arte de lo posible, espacio posible de cura, que se sumerge a través del artificio en las entrañas de la vida para revelarla, enfocarla. Y hace de su lenguaje juego, expansión y estiramiento, despojándose de cualquier corsé de representación, como libera los corsés emocionales. La acción alterna los encuentros, diálogos, de los personajes, que en ocasiones parecieran en un escenario, por sus gestos y movimientos (e incluso, dirigiéndose a la cámara), con las actuaciones en la pista del circo, las cuáles en sí establecen un diálogo, un sutil juego de reflejos, con lo que acontece (o aconteció) a los personajes. Pero 'Quien sabe', las últimas palabras que se escuchan, en el último diálogo entre Kate y Vittorio, sentados en las gradas (¿último?¿quién sabe?).(...)
'El último verano' (36 vues du pic St.Loup, 2009), es la fascinante y revitalizante, aún teñida con la sombra de la melancolía, última obra de Jacques Rivette. Una obra que es tanto homenaje al arte, a la luminosidad del artificio que esclarece las sombras de la realidad, como de despedida. Un admirable guion repleto de sutilezas, de enigmas, juegos y revelaciones de jubiloso sentido de la representación. Un canto de amor a la pista del circo, del Arte y de la Vida.' Su cine es de los que con más ingenio y agudeza, me ha hecho ver que hay muchos otros ángulos desde los que mirar, reflexionar y representar la realidad. 'La pista de circo es el lugar más peligroso del mundo, y también el lugar donde todo es posible'. En la vida estás permanentemente expuesto, y cualquier cosa puede ocurrir. Lo imprevisto, la música del azar, pende sobre la ruta de la vida. No sabes lo que puede suceder en la próxima curva, quizás el motor de tu coche falle. No sabes qué 'aparecerá' tras cualquier recodo, qué cruce de caminos, o destinos, o azares'. Porque '¿Quién sabe?'

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