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jueves, 19 de noviembre de 2015

El puente de los espías

Para aquellos que manifiestan estos días, tras la masacre en París, que los parisinos son 'unos de los nuestros', mientras que nada tienen que ver con la cultura que representan los agresores (ni por lo tanto con lo que padezcan), para aquellos que piensan que estos son sólo eso, agresores, y carecen de cualquier motivación o razón como de fundamento cualquier sentimiento de agravio o de víctima, por lo cual un bombardeo en una población Siria no puede equipararse, considerarse del mismo modo que la violencia ejercida en Paris, ya que aquella población es un semillero de terroristas (por lo tanto no existe población civil que sufra esa violencia como daño colateral),o para aquellos que piensan que en nuestra sociedad deberíamos disponer de la posibilidad de poseer armas, en suma, para aquellos que ejemplifican que no hemos evolucionado del mono que lanzaba un hueso al aire, para que se convirtiera con el paso del tiempo en una bomba que estallara sobre los que no considera 'uno de los suyos', probablemente 'El puente de los espías' (Bridge of spies, 2015), de Steven Spielberg no sea su película. Ya la utilización del término 'puente' en el título es bastante declarativo (más allá de que fuera el espacio en Berlín en el que se solía realizar los intercambios de prisioneros de ambos bloques durante los años que duró la Guerra Fría). Su protagonista, el abogado James B Donovan (excelente Tom Hanks), cultiva la actitud de trazar puentes entre las personas. Es quien evita, en la primera parte, que el espía ruso Abel (extraordinario Mark Rylance) sea condenado a la pena de muerte al ser detenido en territorio estadounidense, como pide enfervorecida la opinión pública, gracias a su sugerencia de que podría ser utilizado en caso de necesitarse efectuar algún intercambio con los rusos. Y, por eso, será, en la segunda parte, el encargado de negociar el intercambio de Abel por el piloto estadounidense Forrester (Billy Magnusen), abatido cuando realizaba labor de espionaje realizando fotografías aéreas del territorio ruso (en la única secuencia, por otro lado magnífica, en la que asoma la espectacularidad en un relato centrado en los rostros).
Tras su estreno, en Estados Unidos Donovan ya ha sido calificado como un personaje de la estirpe del modélico y entrañable Atticus Ross (Gregory Peck), también abogado, de la espléndida 'Matar a un ruiseñor' (1963), de Robert Mulligan. Curiosamente, según ha señalado el propio Spielberg, Peck intento impulsar en 1965 el proyecto de una película, con guión de Stirling Silliphant, en la que él interpretaría a Donovan y Alec Guinness a Abel. Pero no parece que para los Estudios fuera el momento adecuado, dado que la Guerra fría se encontraba en un momento álgido de tensión. Los sucesos que narra, o en los que se inspira, el desarrollo dramático de 'El puente de los espías' habían acaecido en 1960, pero entremedías había acontecido la crisis de los misiles en Cuba, en 1962, y pendía la amenaza del estallido de una guerra nuclear, de lo que fueron reflejo, entre otras, obras como la excelente 'Punto límite' (1964), de Sidney Lumet, o la más célebre, pero más irregular, 'Teléfono rojo ¿Volamos hacia Moscú?' (1963), de Stanley Kubrick.
En la presentación de Donovan ya se puntualiza cómo es un abogado, dedicado en especial al tema de los seguros, que tanto busca la precisión como sabe como dominar los recursos del lenguaje. Para él no es lo mismo que interpongan cinco demandas a su cliente, por cada ciclista arrollado por su coche, que una, dado que fue un incidente que tuvo como consecuencia que afectara a cinco personas. ¿Qué es lo justo? Donovan es alguien que se ajusta al reglamento, y eso implica la subordinación de cualquier otra cuestión. Cuando le adjudiquen la defensa de un espía ruso, Abel, sabe que no sólo se enfrenta a una fiscalía, sino a todo un país, porque su defendido ya está condenado por todos. Aún así, se resiste a informar al agente de la CIA que le exige esa información por justificación patriótica, porque para él es prioritaria la confidencialidad con su cliente. Como, incluso, no dudará en presentar una apelación por registro indebido, que será rechazada porque el juicio no deja de ser una pantomima. Se ha requerido a un abogado defensor para mantener las formas (simular que se respeta la ley), cuando el acusado ya está condenado de antemano. Sólo por la cualidad pragmática del argumento de Donovan, la utilidad de Abel en caso de un posible intercambio futuro, conseguirá que el juez desista de fallar con un veredicto de condena de muerte. Donovan no duda en enfrentarse a su propio entorno, aunque él no sea 'uno de los otros'. Lo que determinará desprecios, e incluso sufrir un atentado al hogar en el que vive con su esposa e hijos. Donovan antepone la integridad.
Es un 'hombre firme' (standing man), como señala Abel, cuando le equipara con su tío, que se levantaba cada vez que era golpeado, durante la segunda guerra mundial, por los invasores. Spielberg no utiliza el contraplano durante su relato. Mantiene la cámara sobre el rostro de Abel y logra uno de los momentos más destacados, e inspirados, de su filmografía. Una elección que ejemplifica la sabia reutilización de una escritura clásica ( o la que ejercían cineastas como Hitchcock, Ophuls, Vidor, MacKendrick o Lang), un sentido lógico de planificación que se revela como necesario y preciso. También manifiesto en los recursos dramatúrgicos de los ritornellos (la reutilización de frases o de situaciones como variaciones dramáticas), o los detalles de caracterización (el catarro que afecta a Donovan en su estancia en Berlín; su deseo de retornar para gozar de su cama; las pinturas que dibuja Abel, también reflejo de su templanza: de hecho, se le presenta, elocuente inicio la película, pintando: como es de esperar, su regalo de despedida es una pintura: es admirable cómo traza la mutua admiración y el mutuo respeto entre Abel y Donovan).
En la parte dedicada a la estancia en Berlín, el forcejeo de las negociaciones, se incide en el absurdo de tal maraña, en su condición de irrisoria escenificación, pero sin incurrir en el subrayado sino más bien en la aguda ironía (es en estos pasajes cuando se aprecia que fue más intensiva la colaboración de los Hermanos Coen en el guión). Donovan realmente se enfrenta a todos, a los representantes de la República Democrática alemana, a los rusos y sus propios compatriotas, quienes sólo quieren que realice el estipulado intercambio. Pero Donovan también quiere incluir en la ecuación al estudiante estadounidense que fue detenido por los alemanes. A los representantes de su gobierno no les importa porque no es 'útil', es más resulta antipático, porque era un ejemplo de estadounidense abierto de mente que acababa de realizar su tesis sobre el comercio exterior ruso, es decir, alguien interesado en la perspectiva del otro. Porque, sustancialmente, Donovan está recuperando, o luchando por, lo que él mismo representa, la apertura de mente que no sabe de rivalidades, que sabe entenderse con quien pertenece a otra cultura, otro país, como ejemplifica su bellísima relación con Abel. Ese joven le representa a él mismo, alguien que lucha contra los muros y las alambradas, la voracidad de la venganza (aunque, como estos días tras los acontecimientos de París, algunos consideren ese término inapropiado: es un acto de justicia contra el agresor), y el rechazo inflexible al Otro, convertido en una mera entidad representativa.
Spielberg recupera la inspiración de su más potente periodo, aquel en el que realizó obras tan excelentes como 'Inteligencia artificial' (2001), 'Minority report' (2002), 'Atrápame si puedes' (2002), 'La guerra de los mundos' (2005) y 'Munich' (2005), y se aleja de los maniqueismos y el trazo grueso de 'La lista de Schindler' (1993) o 'Salvar al soldado Ryan' (2005), aunque ambas dispusieran de dos magníficos pasajes introductorios. Hay en Donovan bastante también de quien fuera la figura principal de su anterior obra, la interesante, aunque desequilibrada, 'Lincoln' (2013), y no deja de ser significativo que Hanks interpretara en 'La terminal' (2004) a un extranjero con dificultades para lograr entrar en Estados Unidos. Con 'El puente de los espías' no deja de señalar que los muros o las alambradas también se trazan en el interior del país. Aunque Donovan deje de ser la persona non grata que se atrevió a defender a un enemigo del país y sea ya un héroe por conseguir la liberación de dos estadounidenses prisioneros del bloque enemigo, el rechazo que sufre el soldado liberado (porque dudan de que resistiera los interrogatorios rusos) y la visión de unos niños saltando unas verjas en un patio interior, que evoca el muro con alambradas que había contemplado desde otro tren en Berlín, puntualizan que la bestia anida en cualquier lugar. La sociedad tiende a interponer muros y alambradas. Aunque haya miradas íntegras como la de Donovan que intenten derrumbarlas. Esta excelente obra se estrena el 4 de diciembre

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