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miércoles, 18 de noviembre de 2015

Clown

Para un agente inmobiliario la apariencia es un aspecto fundamental. Hay que transmitir la mejor imagen, hay que transmitir al potencial comprador que lo que le va a vender es el mejor producto. La presentación es crucial. Para ser persuasivo tiene que conseguir convencerle de que lo que le presente (vende) es lo que aparenta, y lo que aparenta es cómo él se lo presenta. Si en esta sociedad las apariencias son importantes, no puedes parecer un payaso, una imagen que más bien suscita irrisión o desprecio. Se califica a alguien de payaso cuando se quiere acentuar que alguien no vale nada, que alguien no merece consideración. Por eso, una pesadilla podría ser que no pudieras evitar parecer un payaso porque su vestuario, su nariz y peluca, sus signos caracterizadores, se convierten en tu segunda piel. Tu apariencia se desfigura. Y parecer un payaso puede ser algo terrible. De hecho, hay leyendas que confirman que el payaso se inspira en una criatura siniestra, los clounis, que devoraban niños. Jacques Tourneur ya apuntó que no imagina nada más siniestro que escuchar que tocan el timbre de la puerta de tu casa a medianoche y al abrir encontrarte con un payaso (cualquier con dos dedos de frente pensaría lo mismo). Quizá 'Clown', (2014), opera primera de Jon Watts, sea la obra que mejor ha dejado en evidencia la monstruosidad que anida en la imagen, o maquillaje, de un payaso.
Kent (Andy Powers), es un agente inmobiliario, casado y con un hijo pequeño, un hombre común y corriente, intercambiable con otros muchos. Su vida es ordinaria, sin conflictos remarcables ni rasgos caracterizadores que lo distingan (es un emblema): todo parece en orden. Las fachadas cumplen en su realidad, él se ajusta a esa fachada intercambiable con otras vidas. Pero cuando el payaso que había contratado para la fiesta de su hijo comunica que no puede asistir decide tomar las ropas de payaso que encuentra en el baúl de una casa que está vendiendo. Y no habrá manera de lograr desprenderse de esas prendas, ni de la peluca, como si ya fuera su mismo cabello, y si se logra arrancar la nariz roja será extrayendo parte de la propia. Si pareces un payaso eres un payaso, incluso puede dejar en evidencia la poca consideración que tenían algunos sobre tí, caso del suegro. Y tu pesadilla adquiere voluntad. Eres lo que no querías aparentar, ni sentir que eres, como un tumor que anidara tras las fachadas, en los sótanos, y Kent se transforma en un siniestro payaso de ávida voracidad. Los niños son su nutriente. Y su vientre ruge porque necesita ser saciado (rugidos que recuerdan los de la criatura alienígena en el cuerpo de un poseído en la estupenda 'Hidden', 1988, de Jack Sholder). Clown' posee la mordacidad implícita en esta, en el reflejo por distorsión de los desajustes de una sociedad a través del relato fantástico, como la turbiedad tenebrosa de la transgresión del espacio familiar (o de su imagen como célula representativa de una sociedad de apariencias) de 'El padrastro' (1987), de Joseph Ruben. No deja de ser significativo que el círculo se cierre en el propio hogar cuando la figura demoníaca que le ha poseído, y hecho piel y apariencia, como siniestro payaso de rasgos transfigurados, quiera devorar a su propio hijo.
En su bien dosificado trayecto destaca una singular variante de Van Helsing que antes fue monstruo, Karlsson (Peter Stormare), el hombre que sabe cómo destruir a ese demonio porque él antes que Kent lo fue. Si la sociedad de las apariencias tiene la cualidad de anular la percepción como la medusa paralizaba a los que contemplaban los ojos, el mejor modo de acabar con esa criatura es decapitándole. No sirven ni balas disparadas por la boca que destruya su cerebro como el propio Kent intenta. Este lucha contra lo que se apodera de él, pero no habrá manera de contener esa voracidad que le suplanta, y que ingiere niños cuyos huesos después vomita en cualquier momento. En su presentación coloca el cartel de venta en el jardín de una de las casas paras las que busca comprador. Las imágenes grabadas en una cámara de vídeo mostrarán la imagen de aquello en lo que inevitablemente se convertirá. En la imagen se gestan los monstruos. Esa segunda piel que se intenta disimular, o que no se aprecia a primera vista, sobre todo cuando vendes una apariencia que no sólo no se corresponde con lo que es sino que quizás ni siquiera sea. Si eres lo que pueden ser otros muchos realmente quizás no seas nada sino una mera imagen más que remite a un todo que es nada, o sea, fachadas que se venden con una sonrisa persuasiva.

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