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martes, 26 de mayo de 2015

Poltergeist

Eric (Sam Rockwell) se ha quedado en paro. Ya no vende cortadoras de cesped. Sufre por no poder mantener a su familia, a sus tres hijos, incluso a su esposa, Amy (Rosemarie De Witt), ya que prefiere que ella no busque trabajo y se dedique a escribir, como si el escenario económico fuera el mismo que cuando vivían holgadamente. Es importante actuar como si todo siguiera bien, como si se pudiera disfrutar del mismo nivel de vida. Eric comienza a sentirse un espectro, otra de tantas criaturas invisibles que parecen quedar al margen de la competición laboral, sin dorsal, o abocados a trabajos de menor categoría, peor remunerados, a lo que se resiste, porque después de haber disfrutado de un nivel no puedes descender a otro que implique privaciones. Pese a que ya tenga varias tarjetas de crédito canceladas, se permite comprar caprichos para todos, para sentir la ilusión, aunque sea pasajera, de que su vida no es un naufragio que no deja precipitarse en el vacío. Compra una nueva casa que resulte más asequible que la que tenían antes, pero cuya apariencia no delate precariedad. Los parcheados deben ser sutiles. Los cimientos de su vida se pudren, pero se siguen cuidando las apariencias. No es de extrañar, por tanto, que esa nueva casa esté construida sobre un antiguo cementerio, que se supone fue trasladado a otra zona aunque sólo se trasladarán las lápidas, porque esta es una sociedad sostenida sobre las apariencias, y los tejemanejes se urden sobre las mismas: así se genera y extiende la corrupción hasta que ya es tan notoria que no se puede disimular. Tampoco es de extrañar, por tanto, que ese cementerio ignorado esté rebosante de fantasmas que son más bien poltergeist furiosos y muy cabreados que quieren, como Eric, algo de luz, unos en la muerte, y otro en su vida.
No es el único frustrado o contrariado en su vida. Su hijo Griffin (Kyle Cattlet), parece su extensión, o variante, a pequeña escala: aún no ha superado sus miedos, como si aún siguiera perdido en aquel centro comercial tres años atrás, cuando su madre le perdió de vista (como Eric, de alguna manera, se ha quedado perdido en el centro comercial que es esta sociedad de consumo y lustre apariencias). Girffin se siente en permanente estado vulnerable. Parece sentir que el mundo es una amenaza que se va abalanzar sobre él en cualquier momento. Un árbol no es un árbol, sino algo que puede precipitarse sobre él. La vida no tiene gracia, aunque caigan payasos en bloque de un recoveco de su nueva habitación, como si le dieran la bienvenida a la realidad donde las carcajadas son desprecios y burlas. Ve tantos peligros que ya no le hacen caso cuando advierte que suceden cosas fuera de lo corriente. Siente que no le toman ya en serio. Se supone que tiene muchos miedos, como se supone que su hermana menor, Maddy (Kennedi Clements) habla con muchos amigos imaginarios, y como se supone que su hermana mayor, Kendra (Saxon Sharbino) está tan enganchada al móvil que parece que vive conectada a ese otro mundo paralelo de relación virtual. En todos predominan las relaciones fantasiosas, que no son reales, sea en los miedos, en la imaginación o en la virtualidad. Resulta, por tanto, coherente que se enfrenten a criaturas espectrales que les hablan desde la pantalla, que les aterrorizan hasta que sean capaces de lanzarse de lleno a la oscuridad, y que usen de conector a quien sabe comunicarse con lo imaginario, como si fuera el ideal portavoz para sus reclamaciones de ultrajes silenciados.
Pero en cierto punto de la evolución narrativa de Poltergeist (2015), de Gil Kenan, parece que se sufra un cortocircuito eléctrico, y el consiguiente apagón, como los que sufre la casa de los protagonista, y abandona ese desarrollo, los personajes se diluyen, y la pirotecnia se adueña del relato. Durante su primera mitad resulta sugerente como la primera obra de Gil Kenan, Monster house (2006), aunque en este caso, cuando la insinuación, lo indefinido y lo posible se convertían en explicitud, no disminuía su interés. En cambio, en Poltergeist, entra en barrena. La narración parece precipitarse, y atropellarse, quedando muchos personajes desdibujados o sin completar el trazo. Karrigan (Jared Harris) el <> que presenta un programa de televisión ( y que fascina a quien vive entre pantallas, Kendra), queda meramente esbozado, como su vínculo con la parapsicologa, la doctora Powell (Jane Adams), con la que mantuvo una relación que se rompió por distintas priorizaciones vitales, lo que ofrecía un sugerente planteamiento especular con respecto a la sensación de fracaso de Eric y el precario futuro de su familia. Es un apunte mordaz que sea el padre quien tenga la visión de que surgen gusanos de su boca y nariz tras beber un trago de whiski, cuando impotente busca consuelo en la embriaguez, un apunte que refleja su quebrado ánimo, ya que siente que no logrará salir de su circunstancia crítica ni conseguirá salvar a su familia sea de la penuria económica o de la amenaza de unos poltergeist, pero es un apunte que queda como un fleco suelto, sin el necesario engarce dramático con la determinación resolutiva de su hijo Griffin en el salvamento de su hermana. Y esa sensación transmite Poltergeist, una prometedora nueva dirección con respecto a la anterior versión de 1982, dirigida por Tobe Hooper, vía enfrentamiento con los furiosos fantasmas interiores, que queda interrumpida en cuanto la narración es poseída por los fuegos artificiales.

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