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miércoles, 28 de enero de 2015

Nightcrawler

Para Tatum (Kirk Douglas), en 'El gran carnaval' (Ace in the hole, 1951), de Billy Wilder, no hay mucha diferencia entre un agujero y un ser humano. Tampoco para otro periodista como Burns (Cary Grant) en 'Luna nueva' (His girl friday, 1940), de Howard Hawks, entre un mueble y un ser humano. Esté uno atrapado en una mina y el otro sea un convicto fugado que se desangra por una herida de bala, ambos sirven para conseguir titulares, una exclusiva, notoriedad en la profesión, éxito de ventas. No tienen escrúpulo alguno, no les importa la desgracia o el sufrimiento de quien les proporciona una noticia. Incluso, se solazan en la misma para conseguir beneficio. No hay sima de abyección o degradación de la que no se pueda extraer oro. Como indica el título original de la obra de Wilder, aquel hombre atrapado es un 'as en el agujero'. Para Bloom (Jake Gyllenhaal), en 'Nightcrawler' (2014), de Dan Gilroy, no hay diferencia entre la chatarra y un ser humano. Por eso, no le cuesta realizar la transición entre dedicarse a la rapiña nocturna de cualquier tipo de chatarra (incluído algún reloj que pueda sustraer a algún guarda jurado que le sorprenda en pleno latrocinio) y la acción carroñera de buscar las imágenes más obscenas de accidentados, heridos o asesinados. Al fin y al cabo, no deja de ser un ascenso en la dedicación rapaz: los programas informativos de las cadenas televisan pagan mejor que un almacén de chatarra. Y su falta de ética parece que encuentra aún mejor acomodo donde los únicos límites, en la emisión de imágenes impactantes, son los que pueden ocasionar problemas legales, como es el caso del programa que dirige Nina Romina (Rene Russo).
Otro enlace: En 'Blackhat' (2014), de Michael Mann, se incide en cómo el universo virtual propicia y acrecienta la relación ajena, y aún más, incentiva la pulsión de dominio, la consecución del placer a través de la mera vulneración o destrucción de la vida de los demás, por cuanto los otros son dígitos, signos, circuitos, en una pantalla. En 'Nightcrawler', Bloom mira en la televisión una película protagonizada por Danny Kaye, 'El bufón del rey' (The court jester (1956), de Norman Panama y Melvyn Frank, y ríe con un gag en el que, tras que un caballero, en un duelo a espada parece que ha cortado de un tajo la cabeza de otro, asoma del interior de la armadura la cabeza de Kaye. En otra secuencia, en la cabina de realización del programa informativo Bloom se dirige al locutor televisivo que se encuentra en el lugar de los hechos como si pudiera escucharle a través de la pantalla (días antes, en el estudio, ante la imagen de fondo tras los presentadores, un plano general nocturno de la ciudad, comenta a Nina cuán real parecía observada a través de la televisión). Entre realidad y pantalla no hay separación ni distinción. No hay cabezas que se cortan, cuerpos que sangren. En esas secuencias se condensa su relación virtual, ajena, con la realidad. Su objetivo, la rapiña. Cualquier medio es válido. Puede mover un cadáver para conseguir un mejor plano, o no ayudar a algún herido porque lo primero es acudir presto al estudio de televisión, y no es cuestión de perder tiempo ayudando o testificando con la policía. En 'El gran carnaval', Tatum sugiere que utilicen un medio de rescate que demore lo más posible el proceso para poder sacar el mayor beneficio posible del circo mediático que ha organizado. Bloom tampoco tiene escrúpulos en la elaboración de escenificaciones. No sólo es un cámara que registra, sino un director que realiza una puesta en escena, en la que es importante el encuadre que se crea. Incluso, puede influir en el curso de los hechos para propiciar situaciones que puedan convertirse en noticias de las que sea testigo exclusivo aunque implique alguna que otra muerte.
Por supuesto, otros profesionales que se dedican a lo mismo son competidores, no hay solidaridad posible, y si sufren una desgracia simplemente pasan al otro lado, son noticia que grabar. Las relaciones se sustentan en la negociación y en la persuasión. El compañero lo es hasta el momento en que deja de ser alguien del que se puede aprovechar todo lo que puede y comience a exigir una porción más grande del beneficio utilizando, además, sus mismas armas persuasoras en las negociaciones. Cualquiera es prescindible, todos son instrumentos. Esto es una sátira mordaz, y aunque se juegue con las hipérboles, no lo son. Otro enlace: En otra obra dominada por la negrura, 'Whiplash' (2014), de Damien Chazelle, la mente sugestionable y voluntad moldeable de un alumno que quiere ser el número uno acepta para conseguir tal propósito todo tipo de humillaciones y desprecios de su instructor. Lo que importa es ese escenario que creen dominar esas dos mentes enajenadas, el instructor y el alumno, mordaz metáfora de cualquier espacio competitivo. Bloom sabe adaptarse a cualquier medio, sabe aprender rápido. Ya ha recibido la funcional educación para convertirse en un eficiente vendedor de sí mismo que sepa negociar con la realidad. Con Nina encuentra la mente afín que le facilite el acceso a otra categorías jerárquicas de dominio de la realidad. Bloom no tiene problemas para entender a los demás, más bien no le gustan los demás. No le importan, por eso no tiene problema alguno en despreciarles, humillarles, aprovecharse de ellos o dejar que les maten porque le resulta conveniente. Bloom se arrastra en la noche (nightcrawler), como una comadreja que saquea todo lo que sea necesario para así conseguir ampliar su negocio.

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