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miércoles, 26 de noviembre de 2014

Hombres, mujeres y niños

Carl Sagan escribía en 'Un punto azul pálido: una visión del futuro humano en el espacio.' : La tierra es un escenario muy pequeño en la vasta arena cósmica. Piensa en los ríos de sangre vertida por todos esos generales y emperadores, para que, en gloria y triunfo, pudieran convertirse en amos momentáneos de una fracción de un punto. Piensa en las interminables crueldades cometidas por los habitantes de una esquina de este pixel sobre los apenas distinguibles habitantes de alguna otra esquina. Cuán frecuentes sus malentendidos, cuán ávidos están de matarse los unos a los otros, cómo de fervientes sus odios. Nuestras posturas, nuestra imaginada importancia, la ilusión de que ocupamos una posición privilegiada en el Universo...Todo es desafiado por este punto de luz pálida. Nuestro planeta es un solitario grano en la gran y envolvente penumbra cósmica. En nuestra oscuridad -en toda esta vastedad-, no hay ni un indicio de que vaya a llegar ayuda desde algún otro lugar para salvarnos de nosotros mismos. Este fragmento, o buena parte de él, se escucha en 'Hombres, mujeres y niños (Men, women, and children, 2014), de Jason Reitman, a través de la voz de la narradora (Emma Thompson), la voz que sobrevuela el espacio, el vacío de la inmensidad en la que queda remarcado la insignificancia, a la vez que arrogancia, de este punto azul pálido que es la Tierra. El libro lo menciona Tim (Ansel Elgort) el adolescente que se ha negado a querer ser una posición privilegiada, la estrella del equipo de fútbol americano de su colegio, por lo que se ha convertido en un paria, y no deja de recibir amenazas mediante mensajes telefónicos y diversos desprecios por rechazar lo que se supone que todos deben anhelar: sentirse centro del escenario: nuestro ilusoria importancia. Ese punto azul pálido es el del dispositivo desde el que Patricia (Jennifer Garner) ejerce el control de las relaciones virtuales y telefónicas de su hija Brandy (Kaitlyn Dever). Un abrumador y avasallador control (tiene instalado un gps en su móvil para saber dónde está en todo momento; ejerce la censura con el borrado de mensajes antes de que su hija los reciba o de cualquier contacto que realice en alguna red social...) que ella justifica como medida necesaria para protegerla y salvarla de dañinas y perjudiciales amenazas exteriores.
Un profesor plantea como trabajo a sus alumnos que entrevisten a la gente sobre cómo vivieron el atentado del once de septiembre, ese momento que se señala como crucial en la historia estadounidense: el momento en el fue vulnerado su territorio por una dañina amenaza exterior. Ese atentado que procreó paranoias y justificó desorbitados y abrumadores controles en aras de la seguridad (el miedo al exterior incentivado desde el interior para apuntalar el control). La pareja que conforman Helen (Rosemarie DeWitt) y Don (Adam Sandler) hacían el amor en el momento en que los aviones se estrellaron contra las Torres gemelas. En el presente, la distancia define su relación. Don busca la satisfacción sexual en el porno virtual, y después en la relación con una prostituta de lujo. Helen encuentra una espita liberadora en las relaciones que establece a través de una página de contactos. Su hijo, Chris (Travis Tope) es un admirado quarterback en el equipo de fútbol americano, pero su vida sexual gira alrededor de los estímulos virtuales. En el momento en que se encuentra con el cuerpo, además de unas chicas más deseadas, la cheerleader Hannah (Olivia Crocicchia), no sabe cómo reaccionar o actuar, qué movimientos tiene que realizar. Se queda paralizado, enquistadas sus acciones en la compulsiva práctica virtual (es probablemente una de las secuencias sexuales más tristes y desoladoras que he visto). Hannah, realmente, se acuesta con él por la posición que detenta.
Hannah es hija de la era de la producción de imagen. Ante sus amigas alardea no sólo de las relaciones sexuales que ha tenido, sino de su atrevimiento en las prácticas realizadas, como quien no sabe de límites, ocultando que es virgen. Hannah aspira a ser una estrella de la sociedad del espectáculo, una protagonista de la pantalla de la vida, alentada por la madre, Joan (Judy Greer), quien quedó embarazada por algún productor de Los Ángeles cuando aspiraba a convertirse en una estrella. En el presente, intenta rectificar esa frustración a través de su hija. Crea una página con web con fotos de su hija que ella misma realiza, e incluso algunas por encargo. Es importante contentar al admirador: Se es más visible, no un mero insignificante punto azul pálido, cuanto más ojos se centren en el astro de la pantalla que dominas. La realidad del simulacro es un parque de atracciones y un supermercado, escribía Jean Baudrillard en 'América' (no deja de ser elocuente que el rechazo de una productora, por hacer negocio con su hija, lo reciba la madre mientras está en un supermercado). No hay un talante avieso en Hannah, sino inconsciencia, como si esa búsqueda del éxito, de la notoriedad, de la posición privilegiada, fuera un resorte incrustado en su cerebro, en el imaginario colectivo. Hay algo de ironía en que se sienta atraída por el padre de Tim, Kent (Dean Norris), recién separado, que fue exitoso jugador de fútbol americano en su juventud, y que desearía que su hijo siguiera su senda.
'Hombres, mujeres y niños' es una obra surcada por la tristeza. Lo que parece cómico, por su inconsistencia, se revela terrible, por cuanto propicia la opresión y la desesperación. En este entramado de deteriorados interiores, tendencia compulsiva de control, y avidez de notoriedad escénica, se revela encarnación de esta deriva, que es naufragio no asumido, la adolescente Allison (Elena Kampouris), que ha adelgazado desmesuradamente para no sentirse rechazada de nuevo por el chico que le gusta, con el cual mantendrá una relación sexual que derivará en un embarazo ectópico que concluirá con un aborto debido a su malnutrición. Vida malnutrida, tiranía de la imagen, falacia de la singularidad (aunque sea vacía: la expresión carente del chico mientras emula con su guitarra los acordes de una canción: él es un acorde más de una canción de rituales e inercias sociales interpretada por millones): De ahí la falacia de su singularidad, sólo existente en la proyección. Una pedrada a un vacío queda como la brasa encendida de una sublevación. En la previa obra de Reitman, la hermosa 'Una vida en tres días' (2013), una mujer que había perdido todo incentivo vital, despertaba de nuevo a la vida gracias a alguien no precisamente ejemplar, un recluso fugado de la prisión. En los márgenes surgía un amor, una manera de sentir y conectar, que parece haberse perdido en la sociedad de hoy. Para aprender de nuevo a conectar, se hace necesario no aspirar ante todo a ser una imagen, la imagen de una posición privilegiada, centro del universo escénico, y también, como demoledora y mordazmente se expresaba en 'Perdida' (2014), de David Fincher, dejar de fundamentar las relaciones en el control y el daño. Por eso, sí se hace necesario desconectar algo, el punto azul pálido del control. Los otros no son nuestras extensiones, ni una mera pantalla en la que proyectamos nuestros anhelos ni miedos. Esta sugerente obra se estrena el 12 de diciembre.

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