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miércoles, 29 de octubre de 2014

Los boxtrolls

'Los boxtrolls' (The boxtrolls, 2014), de Graham Annable y Anthony Stacchi, es la tercera producción de Laika, tras la espléndida 'Los mundos de Coraline' (2009), de Henry Selick, y la interesante 'El alucinante mundo de Norman' (Paranorman, 2012), de Chris Butler y Sam Fell. Ser un boxtroll, o sea, un troll con aspecto con aspecto de caja, o más bien incrustado en una caja, o que porta como vestuario permanente una caja, puede tener sus ventajas. Por ejemplo, si sois varios, y por lo que parece os define la solidaridad y el sentido de equipo, os podéis unir y apilar para formar unos escalones. También os podréis deslizar por cualquier rampa con celeridad. Y además lleváis incorporado el dormitorio. No se hace necesario usar ningún tipo de camastro, con plegarse dentro de la caja ya es suficiente. Al fin y al cabo así son las cajas de sorpresas. Aunque precisamente, y no es esta una de las ventajas de ser un boxtroll, o troll de caja, no son gratas sorpresas las que depara su presencia, aunque sea intuida, entre los habitantes del mundo de la superficie. Como criaturas que ante todo se desenvuelven en las sombras, más bien se les considera monstruos amenazantes con el agravante de su tendencia a robar niños. Quizá por eso los trolls de cajas habitan un mundo subterráneo, que también posee resonancias de mundo inferior en cuanto categoría (una caja es lo último que le queda a un indigente). En el mundo superior más bien se valora la posesión de sombreros blancos de muy elevada copa (y muy angosta como las miras de los que rigen la ciudad, más bien ensimismados, y solo preocupados por los quesos que devoran).
Algo a lo que aspira Snatcher, quien posee un sombrero rojo, y por eso se ofrece para exterminar a todos los boxtrolls (es formidable el elíptico montaje secuencial que condensa cómo se reduce el grupo de boxtrolls a través del descenso de cajas apiladas). Snatcher significa secuestrador. Es un personaje que recuerda al capturador de niños (Robert Helpmann) de 'Chitty chitty bang bang' (1968), de Ken Hughes (la misma localización, ese pueblo comprimido y apilado, y el vestuario puede también evocarla). Su delirante transporte arácnido con el que persigue a los boxtrolls parece una combinación de los trastos del émulo de Pierre Nodoyuna que encarnaba Jack Lemmon en 'La gran carrera' (1965), de Blake Edwards, con adiciones del Inspector Gadget. El niño protagonista, que todos piensan que fue secuestrado, es más bien una especie de Mowgli en mundo subterráneo que no piensa que sea humano. Él también porta una caja, en la que pone 'eggs' (huevos)', y por eso es su nombre. No se pregunta por qué a diferencia de los trolls de caja no necesita una para dormir. Y como también insectos porque es la dieta a la que le han habituado. Para los habitantes de la superficie los boxtrolls son criaturas del otro lado, el lado siniestro, y su condición monstruosa se ha desorbitado porque ante todo es una creación de la imaginación, versión que ha cultivado y amplificado Snatcher, con los relatos y las canciones en sus representaciones teatrales, para su propia conveniencia. No hay como crear un enemigo, y distorsionar información, para sacar propio beneficio.
Eggs, que no sabe nada de etiquetas ni de mentiras de conveniencia, no tardará en descubrir cuál es el lado retorcido, y siniestro. Su otro lado es el del espejo, el de la superficie en la que se alientan los reflejos, las apariencias y las formalidades y etiquetas, y no sentirá muchos deseos de permanecer en el mismo, en esa civilización en la que parece dominar la mezquindad y la vanidad y la fácil sugestión de unos humanos que se tragan, crédulos, todo lo que les echen, como si sus mentes fueran de plastilina. Ironía, el manipulador de mentes y deformador de informaciones sufre de una crónica deformación orgánica cuando ingiere el alimento que es emblema de la más alta posición, el queso (transmutación que depara dos magníficas secuencias, primero en su almacén, y ya en las secuencias finales, en el salón del alcalde). Claro que, aunque sea tan dañino para él, ya se sabe que la posición que detentas es lo más importante, y eso implica la la observancia fetichista de todo ritual correlacionado.
En este estimulante derroche de imaginación que es 'Los boxtrolls', destacan, sobremanera, sus tres secuaces, el menudito de tendencias sádicas o el dueto que no abandona sus disquisiciones e interrogantes sobre cuál es su papel en la función, si son los buenos o los malos, si son los héroes o los villanos, y a los que cuesta encajar y aceptar que sean unos esbirros. En la excepcional conclusión, ya en los títulos de crédito, aún prosiguen con sus divagaciones sobre el libre albedrío y la predeterminación, si quizás sean criaturas modeladas por alguna entidad trascendente, mientras la figura de uno de los animadores se va perfilando y,con un movimiento de cámara de retroceso, el escenario de rodaje se va evidenciando. Al fin y al cabo, es un cuento. Y también el de esta superficie.

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