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jueves, 23 de octubre de 2014

Al otro lado del puente

En la frontera puedes ser un hombre acaudalado, un asesino, un héroe del pueblo, alguien que vende a quien sea para conseguir dinero, alguien que intenta comprar a quien sea para conseguir su propósito. Puedes ser, incluso, una perra. Y en ese momento, cuando no eres nada, es cuando eres todo. En la frontera, nada somos, y somos todo lo que podemos ser. En la frontera, no hay distancias. Por eso, fácilmente se puede ser lo opuesto de lo que creías ser. En las fronteras, se disgregan las identidades, porque se revelan ilusión, polvo. O presunción en la mirada de una perra que sabe de entrega y desamparo. Por eso se llama Dolores. En 'Al otro lado del puente' (Across the bridge, 1957), de Ken Annakin, quien nunca estuvo tan inspirado como con esta excelente adaptación de un relato breve de Graham Greene (él mismo la califica como su mejor obra), Schaffner (Rod Steiger) es un próspero empresario que decide huir a Méjico al descubrirse sus fraudes financieros. El azar le presenta en el tren la posibilidad de adoptar la identidad de otro, Scarf (Bill Nagy). para lograr cruzar la frontera. Lo que no imagina es que aquel a quien lanza fuera del tren se encuentra también perseguido por la ley, pero al otro lado de la frontera, por atentar contra la vida de un político. Con una identidad u otra se encuentra perseguido a un lado u otro de la frontera, pero aunque esclarezca cuál es su real identidad se encuentra atrapado en un limbo en el que debe negociar con sus posesiones para lograr la liberación.
Si el joven Johnny (David Knight), que trabaja en el motel, le vende porque piensa que es Scarf, por el que ofrecen una recompensa, Schaffner establecerá un pulso, de demandas y ofertas económicas, con el jefe de policia mejicano (Noel Willman). Además, no imaginaba que Scarf fuera considerado un héroe por la gente del pueblo por el atentado que realizó. Y es que hay quien es según la perspectiva de cada uno. Scarf era asesino o héroe según la ley o el pueblo. Schaffner siempre pareció el mismo. Siempre fue despreciado, pero antes, por su posición de privilegio, era temido. Ahora Schaffner se convertirá en el objeto de los desprecios, pero no del temor, de los habitantes del pueblo mejicano, uno de los pasos para convertirse en nada ni nadie, apuntalado cuando el jefe de policía promulgue que nadie le ayude ni ofrezca alimento ni alojo. Schaffner cruzará el puente de sentirse Alguien y Algo a Nada ni Nadie, como en otro recorrido narrativo, en los fantasmales senderos de la fábula, ocurrirá con el empresario encarnado por Michael Douglas en 'The game' (1997), de David Fincher. Schaffner no había dejado de mostrar desprecio por la perra de Scarf, Dolores, hasta que la perra propicia, con sus ladridos, que advierta el escorpión en su pierna (elegida en una perrera de Liverpool, fue tal el impacto que causó la perra que el entrenador logró apoyo financiero para un refugio de perros con el nombre de Dolores).
En su descenso a la desposesión y la indigencia Schaffer se apoyará en el vínculo con la perra, con la que dormirá abrazado entre despojos y ruinas y alambradas. Ahora siente el desamparo, toma consciencia de lo que es sentirse una perra abandonada, un sentimiento que nunca había conocido, como tampoco el de saber crear un vínculo afectivo con nadie. Deja de ser un escorpión, y abraza. Schaffner parece convertirse en parte del árido paisaje, su arrogancia se transfigura en un desaliño que parece fundido con el polvo. Alguien que vivía en las apariencias, alguien que modificó su aspecto para sobrevivir, tiñendo su cabello, cambiando de gafas y de vestuario, como criatura adaptable que había sido a las circunstancias para sacar el mejor provecho de ellas, se convierte en un despojo, una imagen desprovista, cuerpo y desesperación, la que convulsiona su mirada cuando teme perder el único vínculo afectivo que ha creado y que se ha convertido, por primera vez, en necesidad. En medio del puente, en la frontera, donde nada somos, y somos todo lo que podemos ser. Incluso, un muerto, por abrazar por primera vez la vida. Y así la vida, con ojos de perra, puede abrazar nuestro cadáver.
James Bernard confirió a la banda sonora la crispada intensidad que caracterizó sus composiciones para las producciones terroríficas de la Hammer.

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