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martes, 16 de septiembre de 2014

After

A veces, el después implica que hay un antes que se abre como un vacío. A veces, el después es un aluvión que arrastra todos los residuos de una tormenta que no ha cesado, aunque fuera de modo silencioso o inadvertido. A veces, tomar consciencia del después implica asumir que en tu vida comienza a pesar más el pasado que el futuro. Hay lastres que comienzan a ser demasiado difíciles de acarrear. El presente ha sido escurridizo de modo constante. O quizás ese futuro que contemplabas como lugar de destino de tu trayecto no sea sino una silenciosa calle oscura, una negrura, una ausencia de luz, y un silencio, una ausencia de sonido. Tu vida es ausencia aunque dispongas de todos los muebles que parecía que debían decorar esa vida que tanto habías proyectado, con la que habías soñado durante años, una esposa, un hijo, un chalet. Cuando el perro se precipita en la oscuridad, y desaparece, es como si lo hicieras tú, es como si se adelantara a las ansias de huir que aún no eres consciente que deseas. Por eso, rompes una botella en la cocina. Porque aún esa frustración, ese vacío, se perfila a golpes, como sacudidas. Te reencuentras un año después con dos amigos de toda la vida, y buscas esa noche que te golpeen hasta que alguien lo hace, te dejas llevar por impulsos que no sabes si realmente son los que sientes como besar a tu mejor amiga, o nadar desnudo con otra que conoces en una fiesta sin que derive en un acto sexual porque no es que no tengas ganas es que no sabes de qué tienes ganas. Este relato de la vida, o fisura de Manuel (Tristan Ulloa), es uno de los tres fragmentos de una fractura, la que narra desde tres perspectivas 'After' (2009), de Alberto Rodriguez.
Se suceden las tres perspectivas de los tres amigos, pero más que completar, evidencia cómo cada una de esas tres vidas esta quebrada, supura insuficiencia, insatisfacción. Ana (Blanca Romero) encuentra al perro de Manuel, y lo encuentra herido tras sufrir un atropello. También, de algún modo, está herida su vida. Manuel mira hacia otro lado a su vacío, alejando su mirada de una familía con la que no siente ya vinculo. Ana mira en el perro hacia Manuel. El perro se convierte en su provisional sustituto, una forma de contrarrestar la realidad que no ha logrado dominar, la mirada veneradora de Manuel. Pero sus cuerpos sólo coinciden porque se precipitan en la espiral de un extravío, por eso tiene lugar en un aseo de una discoteca, por eso ella dice que no es así como lo había imaginado, por eso él no entiende lo que esas palabras implican, porque ya no sabe ver ni oír, sólo anhela que le golpeen, que le golpee la vida, porque lo que tiene es un gran hueco, una sensación de vivir una vida ajena, como si hubiera despertado y tomado consciencia de que alguien ha robado su cuerpo. Alguien puso una vaina debajo de su cama y ahora descubre que todos aquellos sueños son accesorios de una nada, aquel decorado deseable es una calle oscura que no conduce a ninguna parte.
Tampoco Julio (Guillermo Toledo) vive la vida en la que se sienta presente. Usa en los chats el sobrenombre de Deckard pero no busca replicantes, sino que hace preguntas para decidir quién será despedido en la empresa, cuando él esta, o se siente, despedido de la vida. Se masturba ante la pantalla, tiene encuentros fortuitos con cuerpos que conoce a través de una pantalla sin que realmente dejen de ser pantallas, pero la mujer que desea, y algo más que es incapaz de reconocer, desde hace años, Blanca, le rechaza una y otra vez. Julio lleva una vida que es réplica de otras muchas entre edificios de cristal y seres con uniforme de traje y corbata. Una vida de pantalla que intenta contrarrestar, infructuosamente, con aturdimiento de alcohol y drogas. La vida de los tres ya habita el sumidero del después. Se han quedado atrapados en esa tela de araña que mira hacia nada o sustitutivos. Ya no hay un horizonte con el que especular o con el que soñar o con el que hacer proyectos. Tienen alrededor de cuarenta años, y ya sienten que su vida es una condena. Todo el antes ha sido una rampa de lanzamiento para un después que asemeja ya a un callejón sin salida, o la caseta de un perro atropellado.

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