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domingo, 17 de agosto de 2014

Le ragazze di San Frediano

Hay patadas físicas, que pueden doler y servir de lección, y hay patadas metafóricas en los corazones. Estas las da, inconsciente que es, Bob (Anton Cifariello) a las diversas chicas que seduce y enamora, al mismo tiempo, como si fueran mujeres a granel, porque no puede evitarlo. Al fin y al cabo, por eso le llaman Bob, porque tiene un aire a Robert Taylor. 'Le ragazze di San Frediano' (1955), la estupenda opera prima de Valerio Zurlini, adaptación de una novela de Vasco Pratolini (al que adaptaría en la magnífica 'Crónica familiar', 1962), es una patada simbólica, en forma de mordaz y luminosa comedia, a tal galán de cajón (versión clase trabajadora, con mono de currante en un garaje), que actúa por resorte, de modo irreflexivo, más elemental que el perro atado por una cadena en el garaje o las gallinas de una vecina, que no dejan de suscitar conflicto entre las vecinas porque la dueña de las gallinas teme que el perro mate a las gallinas y otras están hasta el gorro de la suciedad de las aves. Bob también provocará toda una alteración el vecindario cuando, inevitablemente, quede en evidencia que flirtea con cuatro mujeres a la vez.
Ya en las primeras secuencias queda bien definida su inconsistencia y volubilidad. Se cita a una hora con Tosca (Rossana Podestá), pero en el trayecto se queda embelesado con una chica con la que se cruza, Gina (Marcella Mariani), a la que sigue y alude. Pero Bob no se arredra ante su negativa. Elipsis: es magnífico el travelling que recorre el aula desde la profesora, Gina, hasta la última fila en la que está Bob, quien incluso se apunta a esa clase nocturna (al fin y al cabo es el mejor modo de que ella disponga de su teléfono y sepa dónde vive), una chica a la que seguirá seduciendo, más adelante, aunque un amigo, su novio, le indique que no lo haga. Pero Bob funciona por impulsos. Tras despedirse de Gina, al salir de clase, corre porque sabe que ya llega tarde a la cita con Tosca, pero unos amigos le dicen que se acerque a contemplar, desde un patio trasero, a unas coristas en un escenario. Y entre estas, está Mafalda (Giovana Ralli), una chica que le dejó, precisamente, porque sabe que siempre sale con varias chicas a la vez. Bob puede seducir y hacer promesas de amor y matrimonio a distintas chicas, como si cumpliera con el personaje que inevitablemente le ha tocado, ese que nunca se dejará atrapar y enganchar (con cadena) por una mujer, pero no puede encajar que una chica le rechace. Si alguien le dice que no intente nada con una chica que ya tiene novio, o una chica le da calabazas, eso pulsa la tecla de su resorte de 'insistencia'.
En su repertorio tampoco le falta la oportuna tecla de la mentira convincente, como la que da a Tosca cuando llegue muy tarde, o ya en el vecindario, con otra chica que sigue creyendo que están destinados a casarse, y que él cumplirá lo que promete, Silvana (Giulia Rubini). La ironía es que, atraído por una modista de altos vuelos, Bice (Corinne Calvet), Bob pasará de la condición de titiritero con corazones ajenos a marioneta de la voluntad de una mujer, que incluso le hace esperar horas, él que no duda en llegar tarde a las citas. Bob no es un artero manipulador, sino un inconsciente cegado por el pecho de pavo que no le deja percibir, de entrada, cualquier sentimiento ajeno. Es una versión desnaturalizada del caballero que sabe que deslumbra, aunque no lleve coraza sino un raído mono de garaje, y no monte un caballo sino una moto (que para sus relatos embelesadores convertirá en moto con la que él disputa carreras de alta competición). De caballero tiene poco, y sí mucho de caprichoso niño grande un tanto gañán y canalla al que tantos hilos de madeja al final se le embrollarán y atraparán en una red que él no ha hilvanado porque se mueve a golpe de bajo vientre y vanidad. Probablemente, necesitaba que le pusieran otra cadena como al perro. Unas patadas en el culo, durante dos kilómetros y medio, no compensan todas las ilusiones que destroza a su paso, pero al menos algo duelen.

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