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lunes, 1 de abril de 2013

Identificación de una mujer


 Identificación de una mujer: Imposibilidad: Niebla del discernimiento: La entraña y trama del sol, del universo, como incógnita no resuelta, interrogante en suspenso, flecos que no dejan de abrasar: Identificación de la realidad: Modelos, proyecciones, especulaciones, exploraciones: el misterio es la formación. En Identificación de una mujer (Identificazione di una donna, 1982), de Michelangelo Antonioni, Niccolo es un director de cine que aspira a una relación con una mujer en la que no fuera necesario hablar, que fuera como la relación con la naturaleza. En la primera secuencia no logra evitar, al llegar a su hogar, que salte la alarma. En su mente también salta una alarma que no deja de sonar. Niccolo no se siente, creativamente, en crisis, pero siente que el mundo avanza más deprisa mientras (el artista, creador) sigue presa de sus interrogantes, inmovilizado por sus disquisiciones mentales. Se siente como si se hubiera descolgado del pelotón de la realidad. 

Los primeros pasajes, centrados en su relación con Mavi (Daniela Silverio) transitan las superficies; los cuerpos forcejean, el deseo se desboca, la desnudez se despliega (como si se retornara al útero: los cuerpos desnudos bajo las sábanas). Pero la niebla hace acto de aparición, el conflicto, el desencuentro. Ambos viajan hacia una casa en el campo, pero se convertirá en un desvío hacia la colisión: hay una espesura nebulosa entre ellos difícil de superar. Si él aspira a una relación con una mujer como la que mantiene con la naturaleza, ella aspira a otro tipo de cimientos, preguntas que buscan respuestas, que transciendan sus cuerpos, ¿quiénes son? Quiere biografía, voces que habitan el tiempo, que se relacionan con el mundo. 

Identificación de una mujer, identificación de la realidad, de la relación con la realidad. Cuerpo, identidad, habitar el mundo. En el ecuador, Niccolo pega en la ventana (como si fuera la mirada de su interior) una fotografía de Louise Brooks en La caja de pandora, de G.W Pabst. Lulu, una mujer que se convirtió en símbolo, una espontaneidad que fue arrasada por las proyecciones masculinas, incapaces de desenvolverse con su naturalidad que no sabía de miedos, de hipocresías. ¿Cómo lograr ‘realizar’ esa relación ‘natural’? Hombres torpes, ciegos, cautivos de sus nieblas interiores, que abrieron en canal a la naturalidad insurgente de Lulu. Niccolo piensa que la cotidianeidad arrasa una relación sentimental, el ras del suelo de lo ordinario sepulta todo aliento de vida. Para que el fulgor de la pasión se mantenga, hay que ser como dos terroristas que comparten un fanatismo. El incendio de la inspiración.  Una actriz aparece en su vida, Ida (Christinne Boisson), que surge de un teatro, de nombre Parnaso. Ya no se sabe si se transita las profundidades o a las elevaciones, como ese teatro en lo alto de unas escaleras. El Parnaso, la inspiración de las musas. Como si Ida fuera la respuesta a una invocación. Las superficies se habían hecho vaho y fisura, tierra movediza. Con Ida la naturalidad parece despejarse, como quien cabalga sobre un caballo como celebración de la presencia desprovista de máscaras, pero las preguntas siguen minando a Niccolo, hay flecos que no se resuelven. Hay agujeros negros a los que no logra darse nombre, razón, origen, luz. ¿Quién le amenazaba por mantener relación con Mavi ¿ ¿Quién le sigue enviando flores, y por qué? Las explicaciones se escurren. 
 O quizá las incógnitas no sólo se conviertan en arenas movedizas del afuera de la vida, quizá también las haya en uno mismo, emociones irresueltas que permanecen no visibilizadas (¿le desespera el fleco de esa incógnita, o arrastra el quiste emocional de una frustración por la ruptura, por el fracaso?), como si nuestra mente fuera una Venecia (a la que viajan Niccolo e Ida), una ciudad entre medias, entre lo consciente y lo inconsciente, entre lo que creemos o pensamos de nosotros mismos, y lo que se nos escurre en el centro de la oscuridad, en esas mareas de emociones que nos pueden sorprender, como nos podemos sorprender con nuestras reacciones, como cuando la mujer que estás convencido que amas te dice que espera un hijo de otro hombre con el que mantuvo una relación anterior. La realidad (¿la vida?) es como ese espacio en la nada), bello pero triste, de la laguna abierta (en la periferia de Venecia), un espacio en blanco, que nos enfrenta a nuestra condición de exploradores que pugnan por descifrar lo que quizá sólo sean los trazos en espiral que se proyectan. La espiral y la pantalla en blanco. 

 Los pasos no son previsibles, como las superficies, ni los otros ni tú mismo, vulnerables a la distorsión (los espejos en la calle, cuando alude al que cree que es su perseguidor, ¿lo es?), a la mirada imprecisa, insuficiente, a los orificios de una realidad que se escurre. Y las preguntas proseguirán, las tramas de los relatos que especulan y exploran, como el guion de ciencia ficción que escribe Niccolo: ¿de qué está hecho el núcleo del sol, como el mismo universo?¿ cómo se ha formado y creado?¿ Si había Dios qué hacía antes de crear el universo? Como seguirán desesperando las preguntas sobre nosotros mismos, de qué estamos hechos, cómo se forman o crean las emociones, las reacciones, por qué es tan difícil discernir más allá de la niebla, por qué parece que siempre brota en nuestra mirada como un velo interpuesto, como una superficie de cristal, por qué es tan difícil establecer una relación natural, un discernimiento preciso, sin quedarse ensombrecido por las proyecciones y las especulaciones. Miras al sol directamente, y la luz te ciega. Y miras al otro, y quizás sólo miras a un reflejo. ¿Y no es acaso el quizá un abismo, una agujero negro, una trampilla, el espasmo que no logra rasgar el telón de la niebla?

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