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jueves, 30 de agosto de 2012

Therese Raquin

Photobucket En ‘La obra maestra desconocida’, el relato de Emile Balzac que que inspiraba ‘La bella mentirosa’ (1991), de Jacques Rivette, , el pintor que lleva diez años pintando ‘La belle noiseuse’ busca lograr ese retrato que no sea copiar, sino ex presar, es decir que se sienta que respira, la ‘experiencia interior’, lo invisible, lo que somos más allá de la carcasa, de nuestra apariencia o imagen:’ La Forma es, en sus figuras, lo que es para nosotros: un medio para comunicar ideas, sensaciones; una vasta poesía. Toda figura es un mundo, un retrato cuyo modelo ha aparecido en una visión sublime, teñido de luz, señalado pon una voz interior, desnudado por un dedo celeste que ha descubierto, en el pasado de toda una vida, las fuentes de la expresión. Ustedes representa a sus mujeres con bellas vestiduras de carne, con hermosas colgaduras de cabellos, pero ¿dónde está la sangre que engendra la calma o la pasión y que causa peculiares efectos?’ En ‘La bestia humana’, que adaptaron al cine Jean Renoir y Fritz Lang, la red ferroviaria es el emblema de la vida, en la que el tren, paradójicamente, representación del movimiento se convierte en el espacio donde se realiza la fisura que transforma el escenario, el crimen, pero hacia una espiral. En ‘Therese Raquin’ (1953), de Marcel Carné, la protagonista, Therese (Simone Signoret), vive una vida que es copia, y conoce a alguien que la hace ‘respirar’, sentir de nuevo la sangre que engendra pasión y la calma de la dicha, sentirse viva. Photobucket En la primera secuencia se condensa esa sensación de vida estacionada. Su marido Camille (Jacques Duby), ya la madre de éste, Georgette (María Pia Casilio), contemplan con entusiasmo una partida de petanca. Camille pregunta por Therese. Cambia a un encuadre, en primer término, están ambos, y en segundo término, de espaldas a ellos, y contemplando el río, se encuentra Therese. Camille no entiende que mire a la ‘nada’, el río, en vez de un acontecimiento tan apasionante como una partida de petanca. Therese replica que es mirar lo de siempre. El río es la imagen del movimiento que ansía insuflar en su vida, y que encuentra en el rostro, en la expresión y mirada de Laurent ( Raf Vallone), un camionero italiano. Therese lleva una vida dedicada a cosas tristes, las tareas domésticas, o contar dinero en la tienda de muebles de la que es dueño su marido. Está acostumbrada a no tener nada, sólo a soñar (esos bellos planos en los que mira a través de la ventana a una pareja que se besa en la calle). La falta de movimiento de la vida que tiene está reflejada, irónicamente, en ese juego de carreras de caballos que realizan como un ritual cada jueves con un par de amigos de la madre. La precisión, una admirable capacidad de condensación, es una de las más destacadas virtudes de esta esplendida obra. Photobucket En un tren se rasga un telón establecido, una vida detenida, pero ¿hacia dónde podrán ir con su vida los dos enamorados sino en precipitación? , tras que en el forcejeo entre Laurent y Camille este se caiga del tren, se condensa lo que supondrá su futura vida, en una magnífica utuilización del sonido y el fuera de campo; sobre los rostros de Therese y Laurent se sobreimpresiona las luces de un tren que cruza en otra dirección, como una descarga de ruido y luz que les conmociona. Así se sentirá Therese, aún más cuando, vea el cadáver de su marido. De nuevo, concisión, el plano del cadáver cubiero con una sábana al lado de las vías; un plano general de Therese junto a los policías ascendiendo hasta las vías; el plano medio sobre policía y Therese cuando le muestran el cadáver, y el gesto horrorizado de ella, mientras el policía la presiona con frases acusatorias. Otro (fascinante) personaje interfiere, en el último tramo, en la realización de su dicha, de poder dar forma a su amor, Riton (un estupendo Roland Lesaffre) ,un testigo que viajaba en el tren y que , en vez de notificar a la policía que es incorrecta la declaración de Therese, opta por hacerles chantaje. Photobucket Un singular personaje que sirvió en la guerra, en la que fue prisionero y fue herido en numerosas ocasiones, cuya constante sonrisa parece un filo, aunque sea repetidamente abofeteado por Laurent ( en una admirable secuencia de una opresiva carga de tensión), alguien que viaja en moto, y quiere montar su negocio de bicicletas, alguien que intenta desafiar al destino, creando su ruta de escape. Pero no hay movimiento, como el tren para Laurent y Therese fue el fin de trayecto, en una estación clausurada, porque aquel delicado cuerpo de Camille pesaba menos vivo que ahora muerto. Como la prisión, la inmovilidad a la que se ve confinada la madre de Camille, cuando sufre un ataque que le deja sin habla, reflejada sobrecogedoramente en esos primerísimos planos de ojos abrasivos, de quien impotente sabe cuál fue la causa de la muerte de su hijo, el destino de unos y otros parece marcado por una sucesión de azares absurdos y pulsiones incontroladas, una maquinaria ante la que no son sino meras frágiles marionetas que pugnan infructuosamente por encontrar su propio escenario. Photobucket

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