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sábado, 14 de julio de 2012

Juliette Binoche, etereidad desgarrada - Patrick Swirc

Photobucket Juliette Binoche (fotografiada por Patrick Swirc) es como la encarnación de un sueño, el de la etereidad desgarrada, el de la porcelana en la que se descubren fisuras que no podrán ser disimuladas, la posibilidad de que una figura de un cuadro de Rubens pudiera deformarse en un cuadro de Bacon, zarandear la lilusión de eternidad en la lozanía de los rasgos de un infante para revelar las grietas del tiempo, constatar que la virgen María no es una idea sino un cuerpo. Precisamente, interpretó a la Vrigen Maria en 'Yo te saludo, María' (1985), de Jean Luc Godard, en su primera aparición de cierta envergadura en la pantalla, aunque su trampolín sería 'Rendez vous' (1985), de André Techiné, con quien daría una de sus mejores interpretaciones en 'Alice y Martin' (1997). Sus romances en pantalla estaban tiznados de desesperación, como la niña enfrentada al caótico mundo de sombras de los adultos, desde sus colaboraciones con Leos Carax, en las magníficas 'Mala sangre' (1986) y 'Los amantes del Pont Neuf' (1991) a la excelente 'Herida' (1992), de Louis Malle y 'Cumbres borrascosas' (1992), de Peter Kosminsky, su primera colaboración con Ralph Fiennes, con quien trabajaría en uno de sus mayores éxitos, la notable 'El paciente inglés' (1996), de Anthony Minghella, con quien también rodaría la interesante 'Breaking and entering' (2004). El culmén del padecimiento cual experiencia de lo sublime lo haría carne en la sinfonía de intensidades de 'Azul' (1993), de Krzystoff Kieslowski. Más distendida sería el juego con las distancias y proximidades afectivas en la película más accesible de Chantal Akerman, 'Romance en Nueva York' (1996). Sería parte integrante de las convulsiones narrativas y laceraciones de incómodas interrogantes sobre nuestra extraviada sociedad de la que me parece la mejor obra de Michael Haneke, 'Código desconocido' (2000). Parecía salir del universo de 'Chitty Chitty Bang bang', como un cálida autómata sonriente, en la demasiado azucarada 'Chocolat' (2000), una de las obras más discretas de Lasse Halsstrom, y se convertía en un sugestivo 'cuerpo extraño' (como interprete, como personaje y como 'imagen europea') en la estimable comedia 'Como la vida misma' (2007), de Peter Hedges. En la excelente 'Las horas del verano' (2008), las corrientes de emociones que vibraban en su rostro parecían manifestar el asomo de una transformación, la serenidad de una consciencia, la de que el verano deja siempre el paso al otoño, al que se recibe con una arruga que es sonrisa, o la danza que surge entre ambas.

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