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domingo, 1 de julio de 2012

Felicia Farr, luminosa presencia con melancólicas sombras

Photobucket Fueron escasas las apariciones en la pantalla de Felicia Farr, pero dejó su luminosa huella, dulce no exenta de picardía, o de melancolía, una singular combinación de fragilidad, de enigmática fisura entrevista, y de firmeza, de imprevisible determinación, como el fustazo de una mirada que te atrapa para no soltarte. Ya sólo su presencia sería memorable por esa extraordinaria y bellísima secuencia que comparte con Glenn Ford en la cantina, en la que palpita el eco de unas soledades que han errado como sombras durante demasiado tiempo y ahora encuentran los ojos y labios que por fin les hacen presentes, aunque sea efimeramente, en la admirable 'El tren de las 3'10' (1957), de Delmer Daves, para quien ya había trabajado en las excelentes 'La ley del talión' (1956) y 'Jubal' (1956). Su radiante presencia, en la que no pareciera que hubiera doblez alguna, hacía aún más dolorosamente manifiesta la mezquina enajenación del personaje de Ray Walston, pero a la vez no dejaba de evidenciar, como reflejo, lo que él había sido (aquel hombre sensible que compuso una canción para ella) o lo que podría ser si no le cegara su codicia y su inseguridad (que se transmutaba en celos), en la esplendida 'Bésame, tonto' (1965). En pocas películas aparecería a partir de entonces, más en producciones televisivas. Las excepciones, 'Kotch' (1971), la única película dirigida por Jack Lemmon, su marido desde 1962 (hasta el 2001 en el que murió él), la notable 'La gran estafa' (1973), de Don Siegel o, junto a Lemmon, en 'Así es la vida' (1986), de Blake Edwards, su última aparición, si se descuenta la que hizo, como sí misma, en 'El juego de Hollywood' (1992), de Robert Altman.

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