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jueves, 5 de julio de 2012

El nacimiento de un plano: Fellini y el pez monstruoso

Photobucket Photobucket ‎'Adelantándose' a Spielberg, ya había aparecido un 'monstruo marino' en la admirable secuencia final de 'La dolce vita' (1959), de Federico Fellini. Hay un instante que certifica la definitiva 'perdida' de Marcello (Marcello Mastroiani), su renuncia, su resignación a ser un vano espectro más sin conciencia ni escrúpulo, cualidades que no parecen tener cabida en la realidad que habita, en la 'red' en la que ya se ha dejado apresar. La cámara encuadra a trav´s de la red, una chica se inclina sobre ese tenebroso 'monstruo marino', elogiando su belleza. El siguiente plano es la cámara desplazándose siguiendo a Macello, que se desplaza como en un semicirculo entre los otros asistentes a la fiesta que siguen especulando sobre el pez. En ese 'trayecto', casi de boomerang', su gesto va transformándose, por un momento asoma la interrogante, como si la mirada despertara fugazmente y se preguntara qué es lo que hay ante sí lo que implicaría recobrar la consciencia de quién es, hasta que su expresión se torna, como si la máscara tomara posesión, un gesto de cínica distancia, que es negación, sobre el monstruo. Un primer plano del ojo del pez señaliza el reflejo que el propio Marcello prefiere negar, como si no quisiera asumir lo que ha entrevisto, como si se hubiera revelado el cuadro que oculta Dorian Gray, porque émulos de este son muchas de las figuras que desfilan ensimismados en es espejismo de 'dolce vita'. Por eso, ya es incapaz de oir (entender) a la niña, Paula, emblema de la nobleza o inocencia, que le grita al otro lao del pequeño entrante de mar ( como si fuera una herida ya imposible de curar, una distancia ya insalvable).

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