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viernes, 22 de junio de 2012

Mandingo

Photobucket En 'Los diablos del pacífico' (Between heaven and hell, 1956), de Richard Fleischer, Gifford (Robert Wagner) es un terrateniente del sur que, en el escenario degradado y degradante de la guerra, se regenerará al tomar consciencia del absurdo de sus degradantes valores, los que consideran que la raza negra es inferior, y que, incluso, tienen asumida su inferioridad, y por eso aceptan su condición servil. El escenario de la guerra se revela como otro espacio de 'caciques', como el oficial que encarna Broderick Crawford (al que acompaña siempre una escolta, un par de guardaespaldas que no visten uniforme reglamentario, sino a espalda descubierta, lo que indica que sus servicio son más amplios), y de negligencias de los que detentan el mando, como aquel que mata a tres de sus compañeros y amigos(de otra extracción social, aparceros), por no saber controlar su miedo (A Gifford le degradarán por golpearle con furia). 'Mandingo' (1975), de Richard Fleischer, ahonda de modo más descarnado y contundente en esa degradación. Haciendo uso del título de aquella célebre serie de finales de los 70, 'Raices', es la exploración, sin vaselina, de unas raíces podridas, de una violencia estructural que es humillación y cruel explotación, la que regía como forma de vida en las plantaciones del Sur de Estados Unidos el siglo anterior (la acción transcurre en 1840) . Quizá no haya imagen que lo condense mejor que la del propietario, Maxwell (James Mason) apoyando sus pies en el cuerpo de un niño negro, porque le han dicho que es la mejor manera de aliviar su reumatismo, 'traspasándoselo' al niño. Las dos terceras partes de esta magnífica obra se compone de una serie de precisas pinceladas, con semejanzas estructurales con 'El estranulador de Boston' (1968), de un 'conjunto social'. Los negros son mercancias que se venden, que sirven para trabajos duros, como concubinas para suministrar placer. Son hervidos en grandes ollas para que se curta su piel, y se haga más resistente. No se supone que deban saber leer; si se descubre merece una cruenta sesión de latigazos. Photobucket Azotes no dejan de recibir, sea en la circunstancia que sea (también como fuente de placer sexual); lo fundamental es remarcar el dominio. O son ahorcados sin piedad si se rebelan y enfrentan a la voluntad de sus 'propietarios'. Fleischer narra con implacable concisión, con una ajustada distancia, que rehuye el subrayado, la sobresaturación de miseria, turbiedad y sordidez (en lo que incurría,por ejemplo, Visconti en 'La caída de los dioses'). En este desolador paisaje resaltan, irónicamente, las figuras de los mandingos, figura codiciada, el hombre musculado negro de excepcional potencia física, como es el caso de Mede (Ken Norton), que sirve para satisfacer el orgullo de la posesión de un objeto de distinción, de lujo, sea en brutales combates a muerte ( con otros negros) o para inseminar a preciadas esclavas negras. Digo irónicamente porque el mandingo se convierte en emblema de lo excepcional en una raza a la que se degrada hasta lo más abyecto, remarcando así la sensación de poder (es como tener a su servicio a un titán). Si en 'El estrangulador de Boston' el último, y sobrecogedor, tramo se revelaba como una inmersión en el grado cero del horror, el espacio en blanco sin asideros que nos enfrentaba a nuestro propio caos, el último de Mandingo es la inmersión en el corazón de la barbaríe, transcendiendo ya el hecho del concreto escenario social y temporal en el que transcurre la acción, como si se destilara su esencia. La narración se hace más pausada, la iluminación más tenebrista, los abismos se cruzan ya irremisiblemente. Si sobre la figura de Hammond (Perry King) pendía cierta ambivalencia. Parecía en ciertos momentos menos tendente a la crueldad, aunque por supuesto nunca cuestionando los degradantes valores que él reproducía: su satisfacción orgasmática en las peleas de Mede; su orden de dar latigazos cuando descubre que un sirviente sabe leer; su reacción airada cuando descubre la noche de bodas que su esposa, Blanche (Susan George), no es virgen (desvirgada con 13 años por su hermano), despreciándola por ello, lo que convierte el matrimonio, dado que Blanche tiene poco de sumisa, en un crispado escenario de desprecios, vacíos y despecho. Photobucket Blanche pretende humillar a la esclava 'favorita' de Hammond, dandole unos fustazos, pero se convierte en una furia cuando le revelan que espera un hijo de su marido, lanzándola escalera abajo. E incluso utiliza a su vez como amante a Mede. Claro que su despecho no contempla ciertas posibles consecuencias, ni que la reacción de Hammond pueda ser tan desaforada. Lo que desata el infierno final (remarcado en las sutiles tonalidades sulfurosas, que parecen hervir en la sombras que dominan el decorado) es el nacimiento de un hijo que claramente no es de Hammond. La implacable determinación del despechado airado Hammond, como una furia gélida, se corresponde con la de la depurada narración que culmina con una sucesión de prodigiosos encuadres en los que las figuras asemejan a los despojos de una naturaleza muerta, la degradación en la nada, cuerpos desarticulados, de los que habían hecho de su arrogancia degradación sin límites.

1 comentario:

  1. Ja,ja! Mandingo es un telefilme barato, de clase baja/media. Cine elevado, sí señor. Menuda sandez

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