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lunes, 13 de diciembre de 2010

Tres camaradas

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La singular poética de la mirada de Frank Borzage, que hizo del melodrama todo un canto a la emoción sublime, llevándolo a sus cotas más elevadas, y transcendentales, queda ya patente en el inicio de la hermosa 'Tres camaradas' (1938), cuando un soldado se acerca a su oficial y le pregunta si ahora que ha terminado la guerra puede de nuevo llamarle padre. Y ambos se abrazan. La guerra fue una presencia recurrente en algunos de los grandes melodramas de Borzage, como telón de fondo, y como contrapunto simbólico, el Ideal degradado, el Ideal uniformado, que refleja la inclinación humano a la violencia y la destrucción, a la negación del Otro, frente al Ideal sublime, el del sentimiento amoroso y el de la justicia. Representados en dos de los camaradas a los que alude el título, bien definidos en esa primera secuencia cuando brindan por el fin de la guerra. Erich (Robert Taylor), el más joven de los tres, ansía poder vivir la vida; en sus palabras se afirma el talante epícúreo. Gottfried (Robert Young) es el incansable inconformista que lucha por un ideal, el que la justicia no se vea degradada.Y que haya terminado la guerra no supone el fin de los conflictos (o esa hambre de conflicto que parece alentar al ser humano) como se revelará en las secuencias siguientes, dos años después, cuando sean testigos de la acción violenta de una masa, anuncio de los horrores venideros en Alemania. Entremedias, está el fascinante personaje de Otto (Franchot Tone), la lúcida y mirada a ras de tierra, la figura sensata y protectora cual raíz y engarce entre los tres amigos, la mirada equilibrada que a la vez no deja de interrogarse a sí mismo, la mediadora figura paternal que intenta equilibrar el impulso exaltado de Gottfried cuando se une a una organización para luchar contra los abusos de poder, porque es mejor un hombre vivo que un héroe muerto ( a lo que Gottfried contesta que ojalá existiera un lugar donde poder vivir, y poder ser hombre).
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Su mediación también será determinante para posibilitar que el amor, ese amor más allá del tiempo y el espacio, el amor sublime ( que pocos han retratado como Borzage), entre Erich y Pat (maravillosa Margaret Sullavan, que crea uno de los personajes más memorables que he presenciado en una pantalla) se materialice. Consigue que ella deje de lado sus reticencias, sin saber que su motivo es que la tuberculosis que padece limita su horizonte de vida. Hay momentos que pueden considerarse entre lo más bello que ha dado el melodrama, e incluso el cine: los momentos de felicidad entre Erich y Pat en su luna de miel en la playa, y cómo lo quiebra el primer atisbo de su enfermedad; el paseo en coche por las calles de Otto y Erich, con el cadáver de Gottfried, mientras buscan al hombre que le ha disparado; la secuencia nocturna en la nieve en la que Otto se enfrenta al asesino (ese prodigioso encuadre en leve contrapicado de Otto tras haberle matado, con las cristaleras de la iglesia tras su figura), y pr supuesto las bellas y catárticas secuencias finales, donde muerte, vida, memoria e ilusión se conjugan entre el arrebatador lirismo y el aliento combativo por mantener el impulso de acción del Ideal aunque la inexorabilidad de la Muerte y la irracionalidad de los hombres sean límites que condicionen lo Posible.
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‎'Tres camaradas' (1938), es otro de los grandes melodramas románticos de Frank Borzage. Entre sus guionistas, además de Edward A Paramore, Scott Fitzgerald, adaptando la obra de Erich Maria Remarque, del que hay que recordar obras que dieron lugar a otras grandes películas como 'Sin novedad en el frente' (1930), de Lewis Milestone o 'Tiempo de amar, tiempo de morir' (1958), de Douglas Sirk. O tan notables como 'Arco de triunfo' (1948) y 'Así acaba nuestra noche' (1941), de John Cromwell. Extraordinaria la fotografía de Joseph Ruttenberg. En la producción, Joseph L Mankiewicz.

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